Cayetano compartió protagonismo con Perera, el otro triunfador. / M. G.
ANÁLISIS

Triunfo en sanlúcar

Los pitones de los cinco toros colorados y uno jabonero que saltaron a la arena sanluqueña no se parecían en nada a las astifinas cornamentas de las reses lidiadas la semana pasada en este mismo coso. Claro que en aquella ocasión se trataba de tres locales y casi anónimos espadas. Por lo que vuelve a repetirse la circunstancia de que a mayor renombre de los toreros anunciados, menor es la agudeza que presentan las defensas de los toros. Relación inversamente proporcional, que se repite por sistema en este tipo de espectáculos.

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Miguel Ángel Perera se encontró con un animal de muy pocas fuerzas, que hasta en dos ocasiones se derrumbó bajo su capote. Ante las crecientes protestas de un indignado respetable por la invalidez del toro, se procedió a lo habitual: capotazos arriba y cambio de tercio presidencial en el momento en que el astado aún se encuentra debajo del peto. Así se evita el ominoso y gravoso trámite de una devolución. Pero como también suele ocurrir en estos casos, el público, tan vehemente como voluble, a la primera tanda de muletazos con cierta ligazón, en seguida torna las lanzas de su ira por las cañas de su aceptación. A partir de ahí, la actitud es de entrega absoluta a las pretendidas exquisiteces del matador. El pacense trazó una faena pulcra y elegante, en la que dejó muestras de su toreo vertical, hierático y valeroso. Pero al conjunto de su labor le faltó la profundidad y la emoción que un animal inválido nunca puede aportar. El quinto ya se había aquerenciado en tablas durante el tercio de banderillas, por lo que tuvo que desplegar mucho oficio y torería Perera para embeberlo en su muleta y evitar que su oponente se marchara a los adentros. A iniciales series de templados derechazos le siguieron otras de naturales que poseyeron hondura y sabor. La gran nobleza del toro y el valor inaudito del espada permitieron contemplar un épico arrimón final de circulares con las zapatillas clavadas en la arena y Perera inclaustrado literalmente entre los pitones. Ante su primero, Cayetano realizó una faena que, como la movilidad de su enemigo, fue de más a menos . Con la cara arriba y muy distraído de las suertes, sólo permitió al torero ensayar tandas de redondos con suavidad y largura. El sexto apretó mucho hacia los adentros en los primeros tercios pero, a la postre, sería el animal que más y mejores embestidas regalaría. Dibujó Cayetano muletazos plenos de compás y armonía, como unos bellos cambios de mano que derramaron desgarro y torería. Trasteo basado en el toreo en redondo, pues los naturales que intentó carecieron del mismo acople y reunión, puso colofón con cites frontales a pies juntos y con tres ayudados por bajo, que poseyeron aroma de un auténtico cartel. Tras un pinchazo y una estocada se le concedieron las dos orejas.

No tuvo suerte El Juli, que se topó con un lote sin muchas opciones de lucimiento. Pero tampoco demostró excesivo ánimo para superar adversidades. Ante el que abrió plaza, de embestida corta y distraída, intentó el muleteo en redondo sin llegar a confiarse, mientras que con el áspero cuarto, que lanzaba continuos gañafones, pronto desistiría de su empeño en hilvanar faena.