Cultura

Los desastres de la guerra

Los conflictos bélicos, el tráfico clandestino de antigüedades y el turismo masivo amenazan la pervivencia del patrimonio arquitectónico mundial

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El mundo hipoteca el futuro al degradar su biodiversidad y destruye la memoria del pasado siempre que atenta contra su patrimonio cultural, sea material o no. En el caso de los tesoros monumentales, las políticas de protección, alentadas por organizaciones como la Unesco, se contraponen con el abandono, el saqueo, la degradación progresiva y también con la destrucción súbita, quizás fruto de daños colaterales en situaciones de conflicto o como consecuencia de agresiones intencionadas. En las dos últimas décadas del siglo XX son abundantes este último tipo de prácticas y la nueva centuria ha heredado sus graves consecuencias.

La doctrina radical más iconoclasta explica algunas acciones bárbaras contra el patrimonio artístico. A la, literalmente, demoledora aplicación de su credo, los talibán añadieron el argumento de que la desintegración de los gigantescos budas de Bamiyan suponía una contundente denuncia de la posición de la comunidad internacional. Según sus portavoces, la opinión pública parecía más preocupada por la preservación del acervo cultural afgano que en responder a las demandas de una población depauperada. A ese respecto, su acto también buscaba resaltar esta pretendida hipocresía.

En cualquier caso, la barbarie ejemplifica el arrasamiento de los tesoros arquitectónicos situados en áreas bélicas. El ataque intencionado se convierte, a menudo, en otra forma de presión contra la identidad cultural, étnica o religiosa, de una de las facciones. Valiosos legados han sido destruidos deliberadamente como una forma de negar y de reinterpretar el pasado sin molestos testimonios materiales, entendidos como elementos de cohesión, que contradigan las tesis que se quieren implantar a sangre y fuego.

Este proceder ha sido frecuente a lo largo de la Historia y el rechazo de la opinión pública no ha conseguido aún impedirlo. Las secuelas son, a menudo, irremediables. Seis años después de su brutal aniquilamiento, el proyecto del videocreador japonés Hiro Yamagata -que deslumbró en el Museo Guggenheimen el año pasado- pretende recrear las figuras arrasadas mediante un complejo sistema láser alimentado por energía solar y proporcionar, de esta manera, un atractivo turístico al esquilmado valle que las acogía. Como fuente de ingresos se antoja remota dada la caótica situación de Afganistán.

La reconstrucción de la mezquita de Ferhadija, erigida en el siglo XVI en Banja Luka, la capital serbobosnia, ha de lidiar tanto con la hostilidad de la población local como con la polémica provocada por los expertos, ya que muchos cuestionan la manera de recuperar una de las grandes joyas de la arquitectura balcánica.

Los conflictos de los noventa han comportado su respectivo drama humano y la consiguiente catástrofe artística. En el país centroasiático el largo periodo comprendido entre la invasión soviética y la expulsión de los talibanes ha sido calificado de «desastre cultural» por sus perniciosos efectos sobre edificios y yacimientos, pero también por la desaparición de los recursos técnicos y profesionales. Desde hace seis años un comité internacional trabaja para la salvaguarda del patrimonio y el gobierno afgano ha firmado dos convenciones para impedir la exportación e importación ilícita de obras.

Saqueo, expolio y ruina

Se trata de un requisito imprescindible para luchar contra el tráfico ilegal de antigüedades, habitual conclusión del expolio. Además, láminas de vidrio recubren las paredes del monasterio de Bamiyan, aunque ya se ha perdido el 70% de las pinturas que las recubrían. También fue saqueado el Museo Nacional de Kabul y corren peligro de ruina el Minarete de Jam y el conjunto arquitectónico de Herat, con la Mezquita del Viernes entre sus grandes atractivos. Todos son Patrimonio de la Humanidad.

El robo organizado y a gran escala caracteriza el caso iraquí. El bloqueo anterior a la ocupación militar afectó a la conservación de los fondos estatales, pero fue el hundimiento de la Administración, consecuencia derivada de la invasión, el fenómeno que impulsó una rapiña sin precedentes en la tierra considerada cuna de la civilización. Los ladrones pudieron escoger entre los exquisitos restos de la presencia sumeria, babilónica, asiria o islámica.

Tan sólo del Museo Nacional de Bagdad se sustrajeron treinta estatuas de grandes dimensiones y unas doce mil de tamaño pequeño. Asimismo, la esquilma ha sido intensa en otras numerosas instituciones regionales y en muchos de los más de diez mil yacimientos oficiales que cuenta el territorio. La catástrofe ha impulsado un floreciente mercado clandestino con ramificaciones en países vecinos como Jordania, pero también en el flujo de objetos de lujo con destino en Occidente.

La guerra provocó además desperfectos en las colecciones públicas del Líbano y Timor Oriental, aunque la situación más devastadora tuvo lugar a lo largo del conflicto civil bosnio. Las operaciones bélicas ocasionaron la pérdida de más de mil mezquitas y un centenar de iglesias, arruinaron el puente viejo de Mostar y acabaron con dos recintos privilegiados que condensaban su vínculo con el Imperio Turco: la Biblioteca de Sarajevo y el Instituto de Estudios Orientales. Por supuesto, el bombardeo con material incendiario buscaba un rédito político.

Los esfuerzos de la ONU en favor de la reconstrucción, iniciados en 1995 y ya prácticamente culminados, han tenido que superar los odios intercomunales y el deseo de limpieza étnica simbolizada en la supresión de los templos. El debate suscitado en torno a la Ferhadija revela la permanencia de esos odios y su proyección sobre el legado arquitectónico. España se ha comprometido en la financiación de la operación emprendida para recuperar la antigua fachada de la Biblioteca.

Pero el patrimonio también ha de enfrentarse a peligros derivados de situaciones de paz y progreso. El turismo masivo se suma a los efectos de la erosión natural y pone en peligro espacios tan vulnerables como las ruinas de Macchu Pichu o las pirámides del Yucatán mexicano. En el caso de España, la presión inmobiliaria ha suscitado las mayores controversias al entrar directamente en colisión con la pervivencia de yacimientos tan importantes como el que rodea la antigua ciudad de Numancia.