EL JEME

Yo soy de cuchara

El verano coloca a nuestro lado a gente distinta que trae conversaciones diferentes. Reconozco mi debilidad por las de los veraneantes madrileños. Ya sea en el chiringuito, en la playa o en la mesa de al lado, cuando los escucho me da la sensación de que la mayoría de ellos han hecho dos expertos universitarios en cultura gastronómica y al menos un master en enología, pues manejan la lista de las denominaciones de origen y sus añadas como ya hubiera querido mi padre saberse la de los reyes godos.

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Según van acumulando trienios veraniegos en nuestra tierra pasan del entusiasmo desmedido por el pescaíto frito, a un cierto hastío hacia lo archiconocido. Algo parecido sucede con los restaurantes, por los que van manifestando un desdén olímpico a la par que un entusiasmo delirante por las ventas. La expresión «Yo lo que busco es cuchara», hace furor entre los más veteranos y si es una venta perdida en los aledaños del Annapurna, pues éxtasis total.

Lo más de lo más son unas papas con chocos en una venta de localización imposible, a menos que uno disponga de un GPS de última generación y de un todoterreno, de color negro por supuesto. Una venta a la que sólo se puede llegar si se ha visto la temporada completa de Al Filo de lo Imposible.

Una vez en la venta, es imprescindible que ésta disponga de una cuadra bien entrenada de moscas cojoneras, recuerden las que tienen aguijón en vez de trompa, un par de perros quevedianos y hule mucho hule. Con todo esto presente nuestro veraneante comerá las papas con chocos mas sabrosas de su vida y si al final, al pedir café, el dueño le responde que sólo lo tiene de pucherete, sufrirá un leve desmayo de íntima satisfacción, como los de la Preysler, porque sabe que ha ganado el reto de encontrar la venta más auténtica del verano, pues ninguno de sus compañeros de trabajo habrá comido papas con choco en condiciones tan extremas.