Opinion

China

El gran país asiático, el más poblado del mundo, con más de 1.300 millones de habitantes, trata de simbolizar su salida del club de los países emergentes, y su ingreso en el grupo de cabeza del protagonismo mundial mediante unos deslumbrantes Juegos Olímpicos que sirvan de escaparate a un mundo hasta hace poco extraño y lejano para la perspectiva occidental. Cuarta economía del mundo, mantiene aún un PIB per capita de poco más de 2.000 dólares por habitante. Y es -y en ello radica el problema- la última de las grandes repúblicas socialistas, modelo que como es bien conocido desdeña las libertades democráticas y entroniza un régimen de partido único en que la disidencia es reprimida. Es cierto que desde Deng Xiaoping se ha impuesto un pragmatismo que ha hecho posible el desarrollo de una febril economía de mercado que mantiene tasas anuales de crecimiento de dos dígitos, pero también lo es que en China no se respetan los derechos humanos, ni se practica el pluralismo político, ni rigen los estándares éticos que fundamentan las relaciones internacionales.

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Después de largas vacilaciones, la comunidad internacional ha transigido con la celebración de los Juegos en un país no democrático, decisión que ahora se cuestiona. Primero fue hace unos meses el levantamiento del Tibet, que el régimen chino zanjó con dureza; después, está siendo el acompañamiento autoritario de los preparativos del gran acontecimiento. Con la excusa de la seguridad, los informadores extranjeros han sido desactivados para todo aquello que no sea el seguimiento del desarrollo deportivo. Los lugares emblemáticos, como la plaza de Tiananmen, han sido tomados militarmente. En el colmo de la obsesión, se han prohibido las cometas, las palomas mensajeras y a los atletas se les ha conminado a no hablar de política. Es lamentable que el Comité Olímpico Español se haya sumado a este designio y haya recomendado a los deportistas españoles que no hagan declaración alguna al margen del ámbito deportivo. Tal actitud, además de colocar a los nuestros en posición humillante, es la prueba de una claudicación ideológica.

El debate sobre los Juegos es ya antiguo: mientras algunos creen que este baño de protagonismo internacional precipitará la apertura política de China, otros piensan que tal apertura debió haber sido impuesta como requisito previo del magno encargo organizativo. Sea como sea, China, ya liberalizada en lo económico, tendrá que liberalizarse políticamente. Occidente tiene la obligación de tutelar la liberación de la sociedad china de unas prácticas represivas que incluyen el uso promiscuo de la pena de muerte.

Un juez español, Pedraz, ha decidido investigar la represión china en Tibet. Ha admitido a trámite una querella contra dos ministros, dos generales y tres altos cargos del régimen de Pekín por la matanza de al menos 200 tibetanos. El arrojo de un juez va a suscitar un relevante conflicto diplomático con China. A Moratinos le crecen los enanos en este circo judicial español.