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¿Otros pactos de la Moncloa?

La situación económica se agrava, y lo que pareció un contratiempo global de relativa importancia ha resultado ser una crisis del modelo de impredecibles proporciones, que, en nuestro país ha coincidido con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, tras un recalentamiento prolongado e insoportable del sector. El hundimiento de la construcción ha generado un incremento súbito del paro hasta traspasar la barrera del 10%, e irá aumentado a medida que se extiendan los efectos de la parálisis del ladrillo a todos los demás sectores relacionados. La escalada del petróleo, que ha llegado a los 147 dólares/barril, ha llevado la inflación en nuestro país hasta el 5,3%, sin precedentes desde hace más de una década. Y el bienestar comienza a resentirse: el poder adquisitivo de los salarios ha caído a niveles mínimos, lo que arrastra al consumo de las familias hasta cotas desconocidas en las series históricas. La voz de alarma la dio el miércoles pasado el Banco de España, que anticipó que el consumo de las familias creció en el segundo trimestre de este año un 1%, ocho décimas menos que el trimestre anterior y prácticamente la tercera parte de lo que se incrementó durante la última parte del año 2007. Se trata de la tasa más baja desde el segundo trimestre del año 1994, es decir justo a la salida de la última recesión. El crecimiento económico durante el segundo trimestre del actual ejercicio ha sido de apenas unas décimas de punto y todo indica que no hemos tocado fondo, aunque en el tercero haya quizá un leve repunte a causa del auge estacional de la actividad turística; y no puede descartarse que el último trimestre del actual 2008 y el primero del año próximo registren crecimientos negativos, con lo que cabría ya hablar de verdadera recesión.

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Así las cosas, se ha invocado el precedente de los Pactos de la Moncloa como panacea para afrontar la crisis de la mejor manera posible. A la cabeza de tal demanda está el portavoz de CiU en el Congreso, Duran i Lleida, pero también Rajoy ha insinuado la conveniencia de repetir aquel experimento de 1977 en que el Gobierno, la oposición y los agentes sociales pusieron su esfuerzo en común para sacar a España de una severa crisis que dificultaba le empresa democratizadora que procedía realizar en aquel delicado momento de la Transición. Aquellos pactos, conseguidos en plena zozobra económica internacional y con una inflación de más del 20% en España, fueron eficaces porque acercaron a los agentes sociales a la concertación, redujeron las exigencias salariales de los trabajadores, moderaron las presiones utópicas de una izquierda todavía radical, pacificaron la vida social y permitieron aplicar inaplazables criterios de austeridad a la política económica y monetaria.

Hoy, la situación es muy distinta: Gobierno y agentes sociales acaban de firmar esta misma semana un acuerdo de principios por el cual establecen la procedencia del diálogo y de la concertación como método para realizar reformas que faciliten la salida de la crisis. Y la oposición que controla al Gobierno es cualquier cosa menos radical y utópica, por lo que puede darse por hecho que acompañará al Gobierno en todo aquello para lo que sea requerida... En consecuencia, la necesidad de construir nuevos instrumentos de concertación parece poco relevante.

Lo que quizá resulte pertinente es la discusión político-intelectual de los rumbos futuros que este país deba emprender, dado que todos somos conscientes de que estamos ante un cambio de ciclo. El futuro pasa por la erección de un nuevo modelo, ya no tan dependiente del consumo y del ladrillo, fundado en la conquista de la productividad, lo cual a su vez ha de basarse en el pilar esencial de la mejora del capital humano, es decir, en el reforzamiento de las inversiones en educación, así como en el capítulo de la I+D+i. Esto es fácil de decir pero difícil de implementar. Y resultaría lógico que el Gobierno, que ya se apoya en un grupo de expertos que discretamente lo asesoran, compartiera sus inquietudes e intercambiara opiniones con las demás fuerzas políticas. De hecho, el cambio de modelo de crecimiento no es en sí mismo un objetivo con carga ideológica puesto que su invocación consigue unanimidad.