Cartas

Muerte en patera

Ante la noticia de pérdida de vidas humanas en el intento de alcanzar en patera las costas españolas, como la última embarcación interceptada en Almería en la que han fallecido quince personas, entre ellas nueve bebés, he sentido ganas de llorar. Sí, siento ganas de llorar pensando en el dolor que habrán tenido que sufrir esas pobres madres que tuvieron que arrojar al mar los cadáveres de sus hijos.

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Siento ganas de llorar cuando veo lo que todos nosotros derrochamos tan absurdamente en esta enfermiza civilización de delirante consumo.

Siento ganas de llorar por aquellos que se horrorizan cuando escuchan los sonoros rugidos de las monstruosas máquinas bélicas y no son capaces de escuchar el lloro de esos marginados de la vida, que en medio de la desesperación, y para poder paliar la hambruna, se lanzan a una aventura suicida que en numerosas ocasiones termina inevitablemente en tragedia.

Siento ganas de llorar por el dolor que pueden sentir esas madres que ven cómo sus hijos son empujados a abandonar su entorno natural para embarcarse en una patera que, en muchas ocasiones, les lleva a una muerte cierta.

Siento ganas de llorar por esos gobiernos que son incapaces de convertir todo el armamento bélico en herramientas para paliar la hambruna de estos hermanos nuestros.

Siento ganas de llorar por esa religión que yo conozco, la católica, que es incapaz de abrir sus repletas arcas y coger unas monedas y repartirlas entre estos seres que deberían ser, según predicaba su Maestro, sus hijos predilectos.

Siento ganas de llorar. Me siento herido entre los heridos. Me siento muerto entre los muertos. Estoy escribiendo y de pronto siento ganas de orar pero, si he de ser sincero, no encuentro la oración adecuada y, por otro lado, Ni siquiera sabría a qué Dios dirigirme.

Abel Martínez Herrezuelo. El Puerto de Santa María