HISPANISTA. El profesor, ayer, en La Bomba. / MIGUEL GÓMEZ
JAMES D. FERNÁNDEZ HISPANISTA

«Hubo exiliados que estuvieron 40 años sin deshacer las maletas»

El catedrático de la Universidad de Nueva York participa en los cursos de Verano de la UCA

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Sus abuelos abandonaron Asturias en 1912. «No eran exiliados políticos, sino refugiados económicos». Llegaron a Nueva York a las puertas de la Primera Guerra Mundial. Vivieron los felices años 20, el crack, Pearl Harbor. Sus padres, extrañamente, no hablaban español. «Fue uno de esos procesos intensos de pérdida de la antigua identidad cultural, o de asimilación absoluta, agresiva, de la nueva, según se mire». Él tuvo que reaprender el idioma. James D. Fernández, catedrático de Literatura Española y director del Centro de Estudios Juan Carlos I de Nueva York, es especialista en cultura moderna española y un referente académico en el estudio del pensamiento hispánico. Hoy cierra el seminario Diálogos del Exilio, encuadrado en los Cursos de Verano de la UCA.

-¿Puede estudiarse el fenómeno del exilio atendiendo sólo a su dimensión académica, y prescindiendo de la perspectiva emocional o vivencial?

-Puede. Pero las conclusiones serían parciales. Es uno de esos temas históricos y culturales donde las emociones se cuelan. Si lees los testimonios de los exiliados, es imposible no conmoverse. El exilio es una carencia, la frialdad de una distancia. Para los intelectuales implica el dolor de no tener cerca sus libros o sus mentores. Para cualquier ser humano, la añoranza perpetua de los olores, los colores y las personas con las que creció. No sólo es difícil. Es imposible dejar de lado los sentimientos.

-¿Cuántas formas hay de afrontar la realidad del exilio?

-En general, mantienen dos tipos de actitudes. Los hay quienes se resignan al hecho de que pueden tardar décadas en volver a su país, e intentan sobrellevar lo mejor posible el desarraigo. Y también quienes jamás lo acabaron de aceptar. Sé que hubo exiliados en México y en EE UU que estuvieron 40 años sin deshacer las maletas. El hijo de un diplomático republicano me lo resumió de una forma muy hermosa. Su padre le decía: «Tienes que estudiar mucho, porque pronto volveremos a España, así que vas a hacerte los cursos de dos en dos». Siempre a punto de regresar... Con 18 años, tenía la carrera. Y Franco seguía como una rosa.

-¿Sin esas oleadas sucesivas de exiliados o emigrantes, sería distinto nuestro concepto de nación?

-Sería distinta la nación misma. Ignoramos, completamente, la influencia directa e indirecta de esos procesos en la realidad cultural española. Pero es mucha. La misma tortilla de patatas, un símbolo nacional (risas) es indiana. La caoba, tantas y tantas palabras, ideas, proyectos, importadas por exiliados y emigrantes... Por no hablar de las remesas de dinero que son muy difíciles de calcular. Cádiz no sería Cádiz sin el aporte de los exiliados. La Transición no hubiera sido posible sin argumentos y modelos aprendidos o asumidos en el extranjero...

-¿Cuál es la lección que tenemos que aprender de todo eso?

-La primera: España es ahora un país receptor. Que no se cierre. Que no sea cobarde. Que no actúe como si durante toda su historia no supiera lo que es estar al otro lado. Que sea consciente de la deuda que tiene, moralmente, con los que están abajo, con los que salieron, con los que tuvieron que marcharse, sea por motivos políticos o económicos... Con los que no volvieron...

-¿Hay, por tanto, una literatura, un arte, del exilio?

-Hay un corpus cultural sólido, que puede considerarse del exilio. Es inmenso. Incuantificable.

-Usted ha estado en contacto directo con los testimonios de cientos de exiliados. ¿Cuál le impresionó más?

-Hace años hablé con una mujer muy religiosa. Dejó a su familia en Asturias, tras el golpe de Franco. Cuando llegó a Nueva York, asistía a misa diariamente. Pero el cura de su iglesia, en Brooklin, se dedicaba, desde el púlpito, a defender el levantamiento a capa y espada. A acusar a los defensores del gobierno democrático de represores sin escrúpulos. Esa mujer, educada en un cristianismo estricto, dejó de ir a misa. Antes le plantó cara al párroco: «¿Está usted seguro de quiénes son los asesinos?», le gritó.

dperez@lavozdigital.es