Editorial

Realación más exigente

La visita realizada por el presidente Rodríguez Zapatero a Marruecos, donde ayer se entrevistó con el primer ministro Abbas El Fassi y con el rey Mohamed VI, responde al prioritario interés que nuestro país tiene en mantener una relación fluida con el vecino del sur. Como el propio presidente recordó medio millón de marroquíes viven legalmente en nuestro territorio, y ya son 600 las empresas españolas con presencia en dicho país. Pero los vínculos entre España y Marruecos, calificados como «excelentes» por el Gobierno, están sometidos a actitudes ciertamente ambiguas u oportunistas por parte del reino alauí. La mención al derecho que Rabat reclamaría sobre los enclaves de Ceuta y Melilla resultó ayer tan inconveniente como deplorable es que tras el encuentro no hubiera siquiera un pronunciamiento formal sobre la trágica suerte de las personas que se aventuran a alcanzar nuestras costas desde territorio marroquí. Si lo primero indica la existencia de un contencioso recurrente, lo segundo revela la indiferencia con la que las autoridades de Rabat tienden a contemplar el tránsito de la desesperación subsahariana por su territorio, o el uso que están dispuestos a hacer de ella como elemento de trueque con Europa.

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Los intereses sociales y económicos entre ambos países son tan indudables que ningún Gobierno responsable podría eludirlos. Todo lo contrario, ha de contribuir a que la situación de la inmigración de origen marroquí y la posición de nuestras empresas en aquel país sean las mejores. Pero el Ejecutivo no debe pasar por alto la persistencia de la reivindicación marroquí sobre Ceuta y Melilla, y mucho menos la existencia de un drama continuo, el de la corriente migratoria que atraviesa media África hasta llegar a Marruecos, que ayer se hizo más patente al viajar Rodríguez Zapatero a la región de Oujda, donde se concentran centenares de subsaharianos a la espera de embarcar en patera hacia la Península.