EN EL ALBERO. Rubén Pinar, de lila y oro. / EFE
Toros

Sentido del ritmo

El Payo y Manuel Pinar salen a hombros de la novillada celebrada en Pamplona tras cortar dos orejas cada uno

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Suavecito y bondadoso, descolgado enseguida, el primero de los seis novillos de Pericalvo dejó ponerse, colocarse y estar. Lo toreó con buen sentido del ritmo El Payo. No sólo el ritmo: seguro juego de brazos, sentido de la colocación. Al hilo del pitón y hasta fuera del cacho del toro no pocas veces, pero en todas las bazas firme y encajado el novillero mexicano, que cayó de pie en Pamplona. Por la manera de encajarse justamente en el recibo de capote a pies juntos con lances de limpio y mecido dibujo, por el gesto de replicar a un solo discreto quite de Rubén Pinar por chicuelinas con otro muy garboso por saltilleras bien abrochado con larga notable.

De rodillas en los medios para el primer muletazo, en la vertical después. Faena desigual: muy en uve cites y embroques con la zurda, de mejor cintura y embrague los otros, y una final atrevido y logrado por arrucinas. Una estocada casi pescuecera. Una oreja.

Rubio y espigado

Estaba ya la gente con el rubio y espigado torero de Querétaro, que llega fácil a todo el mundo, y volvió a estarlo en el segundo turno. Un cuarto de corrida muy bondadoso. Un punto distraído, algo claudicante y rebrincado, con la nobleza clásica de la ganadería, que es un implante de sangre Jandilla en el campo charro de Salamanca. Decidido y vistoso con el capote El Payo. Al lance en el saludo, por chicuelinas en un quite grácil, una serpentina de irregular vuelo en el remate. Una faena de cierto aliento: la apuesta de abrir con el cambiado por la espalda en los medios, sin más ajuste que el necesario, y, después, enganches buenos por la diestra, y ligazón. Menos aire por la otra mano, ganas de torear despacio, algún desconcierto pasajero de torero nuevo que se atasca antes de acabar, pero que antes de acabar dibujó por fin a gusto y en serio una tanda de naturales notables. Por el ajuste, la verticalidad y ese ritmo que parece innato. Una estocada tendida sin puntilla. Otra oreja. Limpio el triunfo.

Trompicadillo por falta de fuerzas, claudicador por falta de tacto, el segundo de los seis pericalvos, demasiado flojo para ser cierto, salió mugidor. Manejable. Muy monocorde una faena trabajadora y tesonera del albaceteño Rubén Pinar, que hace un año encontró petróleo en esta misma novillada de San Fermín -tres orejas- y estuvo a punto de repetir. Excesivamente despegado y aprovechón ese primer trasteo. Dos pinchazos y una estocada.

El quinto novillo, de línea diferente a los demás, con más culata, metió los riñones y empujó mejor. Hubo que convencerlo. Lo manejó con habilidad y tablas Pinar. Algo tenso el torero, un puntito encogido, puesto donde no llega el toro nunca, descargada la suerte por sistema y siempre. Pero sólida la técnica para traer y llevar al toro tapado y empapado por las dos manos. Más segura que de riesgo la faena, con su carga notoria de oficio: circulares, los cambiados de remate, que fueron los mejores logros. Y una estocada perpendicular pero sin puntilla. Dos orejas.

De buen tranco pero perezoso, muy castigado en el caballo, el primero de lote de José Manuel Mas se vino abajo pronto. Se rajó tras más de veinte muletazos que fueron en línea pero de mucho sufrir. Toreo de mano baja. Mortificado, pidió de pronto la cuenta el toro. Demasiado encima el torero de Navalcarnero cuando el toro pidió árnica. En el quinto de corrida y en su turno Mas hizo el quite del Zapopán, las lopecinas que El Juli puso de moda a su primera vuelta de México hace ahora once años. Se jaleó el invento.

Compañeros de terna

Torero de repertorio con el capote Mas, pero muy acelerado esta vez. Era el sexto toro. Estaban en el podio los dos compañeros de terna. Pudieron los nervios: la velocidad. La entrega no tanto como el desasosiego, por cuya culpa la faena fue un montón de cosas seguidas unas detrás y hasta encima de la otra. Se habla de faenas amontonadas. Esta misma. O de amontonarse un torero. Que fue el caso. Muy astifino, el toro pedía calma y tiempo. No batalla, no toques bruscos. La medicina fue la contraria. Dos pinchazos, una estocada.