Cultura

Aquellos duros antiguos... eran de los piratas

En 1823, El defensor de Pedro, bergantín dedicado a la trata de negros, sale de Brasil para llegar a la actual Ghana. Después de muchas vicisitudes, de la malaria, las infecciones, el hambre y otras penurias, los tripulantes se amotinan y ensalzan al segundo contramaestre, el extremeño Benito de Soto, como comandante. Convertidos en piratas en el más amplio sentido de la palabra, los marineros recorren el Atlántico llevándose por delante a todo el que se mueve. Su barco, ahora, responde al nombre de La Burla Negra. En ese momento empiezan a hacerse ricos. Despojan de todo a las naves a las que se encuentran: el Morning Star, el Topaz, el New Prospect...

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Convertidos en verdaderos potentados de lo ajeno, el problema vino de un simple error de cálculo. Cuando los piratas decidieron hacer una pausa en sus fechorías y retirarse para vivir de las rentas, el mar les traicionó haciéndoles embarrancar en la playa de Cortadura, frente al mítico Ventorrillo El Chato. En un principio los tripulantes guardan silencio, pero después de unos días en Cádiz, disfrutando del vino y las mujeres en la Hospedería El Caballo Blanco, los hombres empiezan a irse de la lengua.

Aquello fue el fin. Detectados en Cádiz los piratas más temidos y buscados de este océano, el desenlace estaba más que escrito. Las autoridades, primero, acabaron con la tripulación y luego, unos días más tarde, dieron con Soto que había huido a Gibraltar. En medio, la incógnita de cómo aquellos duros, en realidad Pesos Fuertes, fueron a parar a la playa con más de setenta años de diferencia. Preguntas a las que Javier Castro y Enrique G. Luque pretenden dar respuesta en Los diablos del mar, una novela con la que estos escritores gaditanos quieren «que el lector llegue a la última página, que quede prendido de un relato trepidante que imprime a la historia de sangre, saqueos y piratas los matices de la vida, de lo humano y del desengaño».