LA RAYUELA

Chiquilicuatres

El triunfo del populismo en países cultos y desarrollados como Italia o Francia suscita multitud de preguntas. Si bien es cierto que la razón principal suele estar en el fracaso de los programas, la gestión o los candidatos propuestos por la izquierda, existen otras muchas razones de orden social o político no necesariamente atribuibles a la idiosincrasia nacional.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Cómo es posible que un pueblo tan culto como el francés, el italiano o el polaco (cuando eligió a los ridículos hermanos Kaczynsky), pueda confiar su voto a tipos más que sospechosos de no poseer las mínimas cualidades que se supone deben tener los líderes políticos. ¿Alguien duda que Berlusconi haya utilizado la política para enriquecerse fraudulentamente o que haya subvertido el sistema democrático mangoneando el Estado de Derecho, desprestigiando a la judicatura, además de comportarse y hablar como un mafioso rufián y chulesco bufón tabernario? ¿O cómo hay franceses ilustrados que se creen la retórica vacía sobre la grandeur de un personaje cuyo único expediente es su demostrada capacidad para la conspiración política y el amiguismo con los poderosos -con los que amalgama su lujosa vida privada y pública- que insulta soezmente a cualquier ciudadano que con toda legitimidad le niega el saludo en la calle? ¿Qué les ofrecen a sus electores? Sobre todo mediocridad, una mediocridad que hunde sus raíces en el pragmatismo ramplón que se extiende triunfante desde el fin de la utopía racionalista, cívica, ética e ideológica construida sobre la Ilustración, el romanticismo y el socialismo. En el barrizal ideológico sólo pervive la mala conciencia acerca de un deber ser que todos conocen pero que la mayoría prefiere ignorar. Ahí es donde llega el neopopulismo con su filosofía barata, para deslegitimar la excelencia, el esfuerzo, el conocimiento, el respeto, las buenas formas o el lenguaje culto, sustituidos por la vulgaridad soez, el desprecio al intelecto o a la creación artística, la ignorancia, la soberbia del dinero, la zafiedad en suma. Estos líderes les liberan de la mala conciencia, les ofrecen su vida, valores, modales y lenguaje como un modelo a seguir sin ningún tipo de complejos. No sólo son vulgares, hacen ostentación de ello, con lo cual refuerzan el ego de los caraduras, insolidarios y sinvergüenzas, de los machistas asesinos o de los tontos o tontas sin cerebro. No sólo le dicen al respetable lo que quiere oír, sino que lo hacen con el lenguaje de la calle, que es la culminación del populismo: ellos, los poderosos, son como tú cuando estás cabreado o con dos copas de más. Dicen y acaban haciendo las mismas barbaridades y temeridades. Proponen falsos atajos sociales cargados de un falso y reaccionario sentido común, adobados con tópicos populismos: políticos banales y vulgares para tiempos ramplones. ¿Dónde quedan la sabiduría y la elegancia de la política? Manca finezza

Lo preocupante es que están de moda, son modelos de referencia de una propuesta política emergente que va camino de convertirse en una amenaza para todos. Afortunadamente en España aún no ha cuajado ningún personaje de esta calaña a pesar del populismo antidemocrático padecido durante decenios. Pero ya prepara su llegada la apuesta por la vulgaridad chiquilicuatre de la mayoría de las TV y sobre todo, de poderosos medios de comunicación como la COPE o El Mundo que con insultos, difamaciones y mentiras, abonan diariamente la semilla del neopopulismo que viene: buscan un candidato obediente.