Opinion

Exceso eurovisivo

El índice de audiencia que obtuvo la emisión por Televisión Española del festival de Eurovisión y, en concreto, la actuación de Rodolfo Chikilicuatre demuestra que ambos despertaron en la noche del sábado el interés de numerosos ciudadanos. Sin embargo, el dato de los 14 millones de espectadores no debería impedir que la opción auspiciada por la televisión pública sea sometida a un juicio crítico. El festival en cuestión ha contado durante décadas con un formato que podía ser más o menos afortunado e interesante en cuanto al estilo musical predominante y a los intérpretes que competían en la gala. Pero si los responsables de la televisión de todos se inclinaron por romper moldes en esta edición de 2008 -eso sí, con el concurso del público que votó a favor del esperpento- deberían explicar no ya qué tipo de opción musical desearían presentar en 2009, sino qué quieren hacer con la propia Eurovisión. Concursar con otra parodia tras la representada por el Chiki-chiki sería poco menos que una invitación a que el festival de la canción pase a ser otra cosa hoy por hoy incalificable. Presentar una pieza musical que trate de cumplir con los requisitos tradicionales del festival supondría una incongruencia cuando se ha dejado caer que Chikilicuatre, un personaje supuestamente de tebeo interpretando un tema infame, constituía una mordaz sátira del mismo.

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Una vez más, aunque ésta en el terreno del entretenimiento, se ha confundido el interés que el público puede mostrar ante cualquier manifestación frikie con el interés público que debe preservar una televisión que se financia desde los Presupuestos Generales del Estado. Pero si con la excusa de la parodia lo frikie puede irrumpir en un ámbito hasta ahora dedicado a la música ligera, es lógico pensar que también puede atravesar las puertas de otros escenarios más serios, bien de la cultura o de cualquier manifestación de la vida social. Tal posibilidad forma parte de la libertad de trasgresión que, conviene puntualizarlo, no consta como tal entre los derechos fundamentales. Pero por estimulante e incluso por rentable que económicamente resulte para alguien explotar lo estrambótico de este modo, será mejor que la sociedad española se halle ante un fenómeno pasajero.