Cultura

Caricias minimalistas

El nuevo disco de El Perro del Mar desarrolla el carácter evocador de su predecesor en un contexto más expresivo

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El Perro Del Mar es Sarah Assbring, una intérprete sueca que decidió bautizarse con ese apodo a la vuelta de unas vacaciones en una isla mediterránea, donde pasó largos periodos de contemplación en la playa con la mirada perdida en el horizonte. Fue ese el paisaje bucólico y despejado que le sirvió de inspiración para, una vez de vuelta en su Gothenburg natal, recuperar su adormecida lucidez compositora y cimentar su espectro creativo en melodías de corte clásico, pero limadas de suntuosidad y desprovistas de fútiles abalorios.

Ya el primer álbum editado en Suecia -Look! It's el Perro del Mar! (2005), realmente un recopilatorio de eps que también fue publicado como El Perro del Mar en el mercado internacional un año después con alguna variación en su contenido- reflejaba en toda su extensión la apuesta por una línea clara en unas canciones asociadas a melodías populares contemporáneas que conectaban lo mismo con el espíritu del rock'n'roll primigenio, que con el pop orquestal que despuntó en los grupos de chicas producidos por Phil Spector o George Shadow Morton en la década de 1960 o las composiciones fabricadas, en esa misma época, desde los despachos del Brill Building neoyorquino con el matrimonio Goffin-King a la cabeza. Sarah Assbring remodeló todo ese legendario equipaje despojándolo de su descacharrante ostentosidad para dejarlo en su esqueleto vital.

Con semblante amateur y bajo un enfoque minimalista, rock'n'roll bajo en revoluciones y pop orquestal sin orquesta fueron los sobrios ingredientes de un repertorio rotatorio que tejía una hipnótica tela de araña de textura litúrgica.

Economía armónica

El nuevo disco de El Perro del Mar, From the Valley to the Stars (Memphis Industries-Coop-Nuevos Medios), aunque mantiene a salvo los exiguos postulados y la economía armónica de su predecesor, amplía perspectivas en unas canciones que se vuelven a surtir de poco más de dos notas en sus repetitivos y circulares motivos instrumentales pero con un trasfondo más espiritual y etéreo. En un contexto más explícito, Sarah Assbring forra con una producción algo más abrigada una secuencia de títulos de corta duración que conectan especialmente con el blues rural y el gospel y donde, en según que momentos, el órgano (de ahí su toque gospel) y algunos instrumentos de viento (trompeta, flauta) se erigen en signos de identidad propios, aunque sin apabullar ni dañar a el carácter desolador y minimalista del conjunto.

Letras que basculan sobre una única frase a modo de estribillo (a veces el propio título de la canción) o, como máximo, no se extienden más allá de las dos estrofas, contribuyen a conformar una serie de esotéricas tramas músico-vocales creadoras de un clima de bienestar anímico que es toda una delicia para los sentidos.