LA RAYUELA

Sesenta y ocho

Vuelven a la actualidad los años sesenta del siglo pasado en muchos aspectos, sobre todo, en lo que se refiere a la revisión de lo que significó para el cambio social el famoso año sesenta y ocho. Una irrupción mediática que va desde la reivindicación que Barak Obama hace de la herencia política de aquella época (La gran América de Luther King y JF Kennedy), a su conversión en moda de la temporada de primavera-verano 2008 en el mercado global.

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¿Por qué la obsesión de la derecha europea con el 68? ¿Qué significa para ellos?¿Porqué Sarko lo demoniza como si se tratara del origen del Mal? Por qué los plumillas casposos lo aborrecen? ¿Por qué Doña Esperanza Aguirre, espejo de liberales, lo denosta con pasión y quiere hacer de sus contrapropuestas un argumentario, a modo del programa que nunca tuvo, y usarlo en clave de primarias contra Rajoy?

Lo cierto es que a nosotros aquellos maravillosos años, nos llegaron a destiempo, como casi todo. Aquel Mayo fue otro mes de las flores (...a María que madre nuestra es), aunque algo comenzaba a moverse en la Complutense cuando Raimon cantaba al viento entre las cargas de los grises. Pero difícilmente podíamos comprender la invasión soviética de Praga, el movimiento hippie o la contracultura que Marcuse predicaba en los campus de California o las propuestas contra el orden burgués de los situacionistas como Debord y Vaneigem, que incendiaron de rabia y alegría el boulevard Saint Michael. Tuvieron que pasar algunas primaveras para que calara en España el espíritu del 68, quizás porque iban mucho más allá de lo entonces imprescindible, la democracia. Quizás aquel dos de Mayo de 1976, cuando en plena celebración de una libertad que ya no podían parar, unos jóvenes se encaramaron desnudos a la estatua de Daoiz y Velarde en la Plaza de Malasaña, escenifique su llegada.

¿Fracasó un movimiento que cuestionaba con igual intensidad el capitalismo y el llamado socialismo real, o el que puso la insatisfacción con la vida cotidiana de la Sociedad Opulenta (K. Galbrait) en el centro de su proyecto de cambio radical, o fue el que colocó contra las cuerdas al imperio americano en Vietnam? En lo social, su influencia es apabullante: Defensa de los derechos civiles, pacifismo, libertad de opciones sexuales y familiares, normalización del divorcio, laicidad del Estado, incorporación de la mujer al mundo laboral e igualdad de género, valoración de la diferencia, organizaciones civiles solidarias (ONGs), denuncia de la burocracia y la jerarquía rígida, desconfianza frente al poder, flexibilidad en la integración social, etcétera. Y esto no es una peregrinación simbólica que diría el filósofo Manuel Cruz, es sólo la constatación del cambio social que el 68 propició. Dice Fernando Vallespín (CIS), que igual que los jóvenes del 68 eran postmaterialistas sin saberlo, los grupos antiglobalización son postmayistas.

Mientras lo de Aguirre es un juego frívolo y oportunista, lo de Sarkozy es la voz europea de los neocons predicando que a la grandeur sólo se vuelve con ley y orden. No puede criticar la sociedad permisiva que denuncia como herencia del 68 quien en su vida público-privada hace tanto uso de la herencia de aquellos años. Y no es la integración lo que le preocupa (que está asegurada por el hiperconsumo), sino que se ponga en cuestión la legitimidad de una sociedad unidimensional que sólo adora al dinero.