Editorial

Contra la humanidad

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a cerrazón de la Junta Militar que gobierna Myanmar, la antigua Birmania, para admitir la entrada en su país de medios materiales y humanos que contribuyan a paliar las terribles consecuencias del ciclón Nargis está condenando a la población afectada a un desastre sanitario de imprevisibles consecuencias. Ni el reconocimiento oficial de las 78.000 personas muertas ni la evidencia de que dos millones y medio de birmanos están seriamente afectados por la catástrofe -con graves carencias en cuanto a vivienda, agua potable, alimentos y atención médica- parece conmover a un régimen que ya cuando el ciclón era inminente hizo oídos sordos a la alarma. Pero lo que está ocurriendo en aquel país revela también los límites del derecho internacional y la práctica imposibilidad de la ONU de responder al «genocidio» y al «crimen contra la humanidad» que en palabras del embajador francés ante Naciones Unidas podría estar cometiendo la dictadura birmana. Resulta inimaginable que existan gobernantes tan desalmados que hacen gala de su obstinada insensibilidad ante la opinión pública mundial mientras los efectos del ciclón amenazan con multiplicarse a través de enfermedades contagiosas. La comunidad internacional carece no sólo de un soporte jurídico que posibilitara una intervención siempre difícil sobre el terreno, sino incluso de resoluciones que permitan sanciones a posteriori. Además, su impotencia adquiere las connotaciones del sarcasmo más cruel cuando es precisamente China -una de cuyas provincias ha sido asolada por un terremoto que ha acabado con la vida de miles de personas y ha dejado a casi cinco millones sin techo- quien impide que el Consejo de Seguridad pueda pronunciarse y actuar de forma más contundente frente a la dictadura militar que subyuga a los habitantes de Myanmar. Tampoco cabe albergar demasiadas esperanzas en los resultados de la reunión de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) prevista para mañana en Singapur. Cada catástrofe natural apela a la necesidad de mecanismos más rápidos y eficaces para canalizar la solidaridad internacional, y de redes más duraderas de cooperación. Pero la pesadilla birmana emplaza a la comunidad internacional a obligar sin demora a la Junta Militar para que admita la entrada de la ayuda que está a las puertas de Myanmar.