INTENSIDAD. Gustavo López, en la imagen con Larrea, se resintió de su lesión y tuvo que ser sustituido. / ANTONIO VÁZQUEZ
Cádiz C.F.

Hasta que el cuerpo aguantó

El Cádiz remonta el gol inicial de la Real Sociedad pero cede el empate al final por culpa del desgaste físico

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Nervios, emoción, tedio, enfado, esperanza, euforia, temor y, al final,... cada cual sabrá. El fútbol agitó en Carranza un cóctel con todas las emociones posibles. Fuerte, sabroso y sorprendente, pero que deja un regustillo un tanto agridulce por la indefinición del estado del sufrido bebedor cadista.

Es un trago corto que no aclara la garganta aunque anima y desinhibe para el próximo baile. Además gusta, porque hay compromiso y unas gotitas de sudor que no amargan el brebaje. Valiente, intenso y peleado, pero algunos fallos en la mezcla impiden que se alcance el éxtasis deseado. Habrá que esperar, si bien los ingredientes son de sobra conocidos y la tranquilidad que otorga el beber cumplido llegará de un momento a otro.

La resaca del empate ante la Real Sociedad tiene más de alegría por la tarde festiva que dolores de cabeza por la situación en la que quedan los amarillos. El Cádiz mantiene los cuatro puntos de diferencia con el abismo, más la diferencia de goles con Alavés y Albacete, y salva uno de las afrentas más complicadas ante la todopoderosa escuadra donostiarra.

Por fortuna, la memoria suele retener los recuerdos mucho mejor a corto plazo que a largo, y así se olvida una primera mitad infame que se marcaron los locales. Las malas costumbres son las más difíciles de cambiar, así que el conjunto gaditano saltaba al campo despistado pese a lo que se jugaba en el envite, y cedía una ocasión clarísima a su rival que no remachaba en boca de gol.

Sin ideas en el medio

La pareja Fleurquin-Bezares ya está completamente seca de fútbol, de creación, si alguna vez guardaban algo en su cantimplora. Es una roca para el contrincante que se lanza a por la victoria, pero una rémora tremenda en el aspecto ofensivo. Con ellos juntos (que no por separado), el Cádiz es prácticamente incapaz de mandar en el choque por mucho que desee. Los pupilos de Procopio querían marcar el ritmo y llevar la iniciativa, y a los de Lillo les bastaba con robar rápido en la medular y coger desnuda a una defensa desconocida por su endeblez.

Media hora tardaban los amarillos en juntarse lo suficiente para paliar las carencias creativas de la zona ancha, pero cuando tenía mejor pinta, Díaz de Cerio aprovechaba la empanada mental de la zaga (con De la Cuesta como máximo exponente) para marcar a puerta vacía.

No faltaba actitud, ni garra, sino fútbol, y para eso no son necesarios once Raúl López sino equilibrio defensivo-ofensivo en el centro del campo. La sentencia podía haber llegado pero el pichichi txuri urdin se apiadaba de un conjunto noqueado.

Sorprendente reacción

Y... magia. Raúl Procopio se saca de la chistera un equipo nuevo, distinto, con dos movimientos maestros con cartas que no estaban marcadas. El técnico recurría a su mejor revulsivo, el incordiante Enrique, y a un Manu Barreiro que se maneja mejor como huésped que como anfitrión. Mandaba a Paz al centro del campo para otorgar algo de sentido al juego en el medio, y la defensa de tres rezaba lo que sabía a la Virgen para sobrevivir al trío atacante de los donostiarras.

Con el centro controlado, arriba se empezaba a gestar la hazaña. A lo épico, como gusta en la ciudad de la Pepa, arrinconaban a los vascos y hacían saltar por los aires la teoría interminable de Lillo. Dani igualaba la contienda con un gran pase de Enrique y Natalio se redimía de los últimos pecados con un gol arriesgado que se colaba entre las piernas de Riesgo.

Entre medio, un sinfín de ocasiones malogradas y opciones fallidas, por parte de los dos bandas en una batalla suicida.

El amarillo volvía a reinar en lo más alto, el pendón se salvaba de la quema y Carranza disfrutaba de los mejores momentos del año. Pero tras la tempestad viene la calma. El grito de desesperación fue tan fuerte que la lengua se quedaba fuera.

El submarino se quedaba sin gasolina debido al acelerón de la segunda mitad, y el recién llegado Miguel venía en reserva desde boxes. La Real apretaba con todo su arsenal y la resistencia gaditana comenzaba a desfallecer. De esquina a esquina, en cada palmo de terreno, los guipuzcoanos imponían su poderío y cercaban la meta de Contreras.

El gol llegaría pero el estropicio no sería absoluto, sólo un golpe encajable después de tantos meses de azotes y palizas insospechadas. El final no deparaba triunfadores, pero al menos el Cádiz no había perdido la guerra. Las demás escuadras se destrozan mutuamente y la nave amarilla goza de cierta ventaja, con el armazón completo y el mascarón mirando a puerta. La tormenta debe ser de aúpa para tumbar a este barco. Y en Vigo parece que últimamente sale el sol.