opinión

El Comentario | Prensa, democracia, y madurez

Aunque el sistema mediático español, como todos los occidentales, está inmerso en fenómenos ambiguos de innovación tecnológica y de globalización, es claro que en las tres décadas de desarrollo democrático se han consolidado en nuestro país ciertos grupos multimedia que desempeñan un papel relevante en la formación de la opinión pública y en la organización interna del régimen de partidos. Simplificadamente, coexisten en nuestro país diversos medios transversales de ámbito regional, que desempeñan un papel relativamente neutro en lo ideológico pero esencial en el afianzamiento de los grandes valores el Estado autonómico, con otros medios que, ubicados en un determinado nicho político y doctrinario, han contribuido al debate ideológico, a la estructuración del mapa parlamentario, a la configuración de la dialéctica poder-oposición. El panorama no es estático en ningún sentido: las diversas formas de comunicación se disputan la eminencia, se reordenan a medida que toman posiciones las nuevas tecnologías y deslizan su influencia según la coyuntura. Lo que sí es permanente e innegable es que el sistema mediático y el sistema político forman una espléndida simbiosis que articula a la sociedad, fortalece la democracia y pone cara y ojos a las diferentes opciones que nos representan.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Pero este sistema complejo y fuerte, capaz de resistir las crisis de coyuntura -como la actual, que afecta seriamente a la publicidad-, que tiene bases sólidas y forma ya parte indisoluble de la estructura social, acaba de experimentar una desviación preocupante que conviene traer a colación con toda franqueza para que todos adquiramos experiencia y sepamos eludir nuevos deslices, que cada vez serían más inadmisibles. Y es que la legislatura anterior, surgida de las elecciones del 14 de marzo de 2004 y claramente dañada por los terribles atentados que se cometieron setenta y dos horas antes, ha padecido los efectos muy perturbadores de una grave mixtificación, de la que el sistema mediático no ha sido inocente.

La legislatura 2004-2008 ha sido muy compleja pero, con independencia de las innumerables vicisitudes marcadas por las decisiones del Gobierno y las resistencias de la oposición, el panorama público ha vivido una muy seria zozobra basada en dos grandes mentiras acunadas por los medios: una de ellas era la de que los atentados islamistas del11-M del 2004 se cometieron gracias a complicidades inconfesables que pretendían como principal objetivo derrocar al PP y beneficiar al PSOE; la otra, era la de que el llamado proceso de paz era en realidad un pasteleo, una confabulación indigna, entre el PSOE y ETA, mediante la cual los socialistas rendirían el Estado a las armas de los terroristas. Pienso que ningún lector sensato discutirá que las cosas se dijeron como quedan explicadas, al igual que nadie en su sano juicio puede mantener tales infundios.

Algún día habrá que analizar la influencia muy perturbadora que han tenido semejantes especulaciones mediáticas insidiosas en la derrota de Rajoy, y, previamente, en la sujeción del candidato popular a las tesis descabelladas de sus mentores mediáticos, que han dirigido sus pasos hacia el precipicio. La gran prensa española de ámbito estatal, las grandes cadenas de radio, no son neutrales, pero su adscripción ha sido sobria, estimulante; nunca como en este pasado cuatrienio había habido casos de flagrante intromisión, basada en estrategias espurias, sobre la ejecutoria de un partido político, al que han llegado a controlar y hasta a dirigir.

Hoy es imposible hacer pronósticos sobre los derroteros que emprenderá el PP tras su congreso de junio. Pero sí puede aventurarse que entrará de nuevo en un declive irremediable si sus relaciones con el sistema mediático no se basan en el prestigio, en la defensa limpia de ideas constructivas, en la dialéctica clara con el adversario ideológico. Si quien esté al frente de la derecha española sigue dejándose presionar por grupos reaccionarios, dispuestos a todo para mantener su influencia, emboscados en la jaula de oro de su fanatismo, y para cristalizar a ese sector de opinión dispuesto siempre a enarbolar el dicterio y la ira, seguirá fracasando en su intento de conquistar una mayoría social de un país como éste, deseoso de mantener una convivencia descrispada y saludable.

El Congreso del PP del mes de junio debería, en fin, tomar definiciones también sobre sus soportes mediáticos, sobre los apéndices intelectuales que lo han lastrado hasta la derrota y el ridículo.