Tribuna

El mito nacional del Dos de mayo (II): de Galdós a Pérez Reverte

La literatura romántica había fraguado una extensa galería de imágenes más o menos épicas en torno al acontecimiento madrileño que, sin embargo, necesitaba de otros enfoques y matices más veristas, más creíbles, que certificaran su autenticidad, más allá de la musa poética.

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De esta necesidad, el Dos de Mayo de 1808 se convierte en un capítulo obligado del género memorialístico, y, como tal aparece en la mayor parte de los testimonios: en las Memorias de un setentón de Mesonero Romanos, en el Bosquejillo de mi vida de Mor de Fuentes, en los Recuerdos de un anciano y en las Memorias de Alcalá Galiano, en los testimonios de Blanco-White, de Godoy, del Conde de Toreno, de Palafox. El recuerdo escrito de la experiencia lo transforman en una relación documental y emocional, que se presenta ahora como algo vivido en primera persona. El Dos de Mayo se convierte en datos contrastados, en documento vivo, y sus autores en relatores de excepción, cuyos testigos muy pronto pasarían a la novela.

Los Episodios Nacionales de Galdós

Pero el gran cronista del episodio histórico es, junto a Goya, Pérez Galdós, que escribe su novela sobre el Dos de Mayo dentro de un ambicioso proyecto que no pretendía sino contar al gran público su visión de la Guerra de la Independencia y los orígenes de la España contemporánea, de acuerdo con una larga tradición dentro de la pintura y la literatura (Quintana, Arriza, Zorrilla). Es él quien, junto a Francisco de Goya, dará al Dos de Mayo una mayor institucionalización. El autor de Fortunata y Jacinta se había empeñado, entre 1873 y 1912, en contarnos la historia novelada de España desde 1807 hasta la Restauración, dentro de un proyecto de catequesis cívica, a través de la literatura, en el que se cimenta el debate regeneracionista sobre qué es España y que tendrá en nuestros intelectuales y hombres de letras de principios del siglo XX sus mejores valedores (Ganivet, Salillas, Unamuno, Azorín, Baroja, Antonio Machado).

La novela de Galdós sobre el Dos de Mayo se inserta dentro de la primera serie de sus Episodios Nacionales, que tratan sobre la Guerra de Independencia: Trafalgar, La corte de Carlos IV, El 19 de marzo y el 2 de mayo, Bailén, Napoleón en Chamartín, Zaragoza, Gerona, Cádiz, Juan Martín, El Empecinado; y La batalla de los Arapiles.

Nos encontramos aquí con una audaz crónica de la Guerra de la Independencia, con muchas dosis de folletín, melodrama y novelas por entregas, a través del testimonio en primera persona de Gabriel Araceli, un muchacho gaditano que con su valor y esfuerzo se termina convirtiendo en ese héroe popular, gracias a su valor tras la invasión napoleónica, y muy especialmente a partir de los sucesos del 19 de marzo y el 2 de mayo de 1808, que le marcarán durante el resto de su vida. La huella de la mirada de Goya resultaba más que evidente.

Pero junto a Galdós, también encontramos otros novelistas como son los casos de Pedro Antonio de Alarcón o Vicente Blasco Ibáñez, que desde sus respectivos matices ideológicos también van a proyectarnos sus relatos sobre los acontecimientos, aunque no con la misma fortuna que el autor de los Episodios Nacionales, aunque siempre dentro una misma línea interpretativa poco crítica y extremadamente catequética, pues sus objetivos últimos no eran sino insistir una y otra vez en lo que se ha dado en llamar «pedagogía histórica».

Reportaje y crónica de guerra

A pesar de la sombra de Galdós, o tal vez gracias a ella, ya en la literatura contemporánea del siglo XX, vamos a encontrar otros testimonios, algunos de mucha fuerza expresiva, como es el caso del drama Noche de guerra en el museo del Prado de Rafael Alberti y otros de cierto impacto técnico como El siglo de las luces de Alejo Carpentier en el ámbito de la narrativa hispanoamericana. Otras novelas importantes son La isla de los jacintos cortados de Torrente Ballester, Volaverunt de Antonio Larreta -más conocida por su versión cinematográfica-, Cabrera de Fernández Santos, Yo, el Rey y Yo, el Intruso de Vallejo-Nágera, o La sombra del águila de Pérez Reverte, textos que siempre van a ofrecernos otros valores y otras sensibilidades más contemporáneas, ya algo distantes con aquel otro discurso oficial en torno al mito histórico. Para todos estos autores y sus respectivas recreaciones, el Dos de Mayo iba más allá de la relación histórica, y se convertía en la excusa para proponernos los conflictos personales de unos protagonistas, hombres y mujeres modernos, que se veían avocados a las rupturas de una sociedad en plena revolución, sin marcha atrás.

Y entre estas aportaciones contemporáneas, como último peldaño de esta fuerte tradición, conviene traer a colación la reciente novela de Pérez Reverte Un día de cólera, que, aunque insiste en algunos de los tópicos de siempre, sin embargo, otorga al acontecimiento un valor añadido como reportaje de guerra, dando voz y vida a hombres y mujeres concretos, como si de uno de los cuadros de Goya se tratara, aunque eso sí, sin apartarse de esa misma visión interesada del pintor afrancesado y esos mismos matices a los que había dado forma bastante años antes Pérez Galdós como uno de los inductores más importantes en la construcción de este mito nacional, donde no todo es tan heroico, y, mucho menos, todo tan verdad, porque fundamentalmente se trata, como diría Risto Mejide, de un buen producto de ficción para el entretenimiento.