LOS PELIGROS

Bicentenarios pendientes

Cuando estamos en la semana en que se cumplen doscientos años justos del levantamiento del 2 de mayo, aquí seguimos a lo nuestro. Como ocurre con cualquier acontecimiento histórico, no se puede explicar un suceso si prescindimos de lo que lo provocó y de sus consecuencias, del antes y del después. Aquí oteamos desde las personales torres vigías de cada uno el horizonte, cada vez más encima, del Doce, pero dejamos pasar las conmemoraciones de aquella Guerra que explica y trajo nuestra Constitución y, ya, incluso, la celebración de dos centenarios. Salvo que una apresurada colocación de flores en el monumento a las Cortes no lo remedie en el último momento, no conozco ninguna actividad prevista que recuerde esa fecha, que encima cae en puente. Quizás sea este inconveniente festivo, en un país en el que algunos militares reivindican su derecho a leer la prensa deportiva en su horario de trabajo, lo que excluye fijar actividad alguna para cuando se da por hecho que el país entero se cierra. Curiosamente, del Dos de Mayo seguimos teniendo la misma iconografía interesada de hace dos siglos, e información muy poquita. Y la intención con la que algunos, envueltos en la bandera de una patria que entonces estaba aún por hacer, presentan la contienda, exclusivamente como una lucha «contra el francés», ocultando lo que de guerra civil tuvo, ya augura otro largo tiempo de penumbras.

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Todavía está por rehabilitar la buena fama de los afrancesados, que los hubo en ambos lados de aquel frente de ideas, y que cargan, dos siglos después, con la tacha de traicionar a un país que querían modernizar. A los que cuestionan la necesidad de dignificar la memoria de los vencidos de nuestra última guerra civil, seguramente les parecerá perder el tiempo hacer lo mismo con los que perdieron la primera. Ese trabajo, que deben realizar todos los miembros del Consorcio del Bicentenario, pues es precisamente ese inicio de la democratización del país lo que se celebra, ha tenido un gesto de su presidenta, María Teresa Fernández de la Vega, esta misma semana, con el reparto a la prensa que sigue sus intervenciones tras los Consejos de Ministros del libro Los afrancesados, del profesor Artola. Queda que, a nivel local, se les empiece a hacer justicia.

Afrancesado en sus ideas fue Celestino Mutis, nacido en Cádiz pero muerto en su exilio colombiano. La ministra de Cultura de ese país ha debido sorprenderse de la escasa presencia aquí de una figura monumental en toda América. El Bicentenario de su muerte iba camino de pasar tan desapercibido como el que quisieron que tuviera el centenario de la de Fermín Salvochea. En la ciudad lleva su nombre un colegio y la biblioteca municipal, además de existir la estatua que el Ayuntamiento republicano le erigió, cuando se cumplió 200 años de su nacimiento, en el Parque Genovés. Ahora, recién descubierta su importancia, se anuncia un apresurado programa que incluye un premio de botánica, unos dibujos para escolares y una «composición ornamental floral» que, por su nombre y periodicidad anual, presagian un importante salto cualitativo en el despliegue de macetones por la ciudad.

Está muy bien rectificar si eso no supone darse por satisfecho con pasar el expediente de la celebración. La importante exposición anunciada para el año que viene, con fondos principalmente del Jardín Botánico de Madrid, no es una actividad propia, sino que consigue (y es un logro, es cierto) traer algo que organizan otros. La misma indefinición de fechas, fuera del año de la celebración y cuando termine su periplo previsto, ya indica la improvisación con la que se ha abordado este bicentenario. El resto de actividades pecan de poco ambiciosas. Si se quiere convertir en valores para la ciudad estas conmemoraciones deben producir logros perdurables. Lo sería restaurar, por fin, el Jardín Botánico de Cádiz, creado en 1749 en las inmediaciones del Real Colegio de Cirugía de la Armada, uno de los primeros de España, y que conoció el propio Celestino Mutis los pocos años que estuvo en ese Colegio. Sería una reivindicación de ese Cádiz ilustrado que merece una divulgación más allá de los golpes de efecto. Explicar el sentido de lo que se celebra.