GALARDONADO. Juan Gelman lee su discurso tras recibir el Cervantes en una emotiva ceremonia.
Cultura

Escribir para vivir

Juan Gelman alza «la poesía contra la muerte» en su emotivo e intenso agradecimiento del premio Cervantes

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Vida, amor y muerte. Los tres elementos esenciales de la gran literatura se hicieron presentes este miércoles en el discurso con el que el poeta Juan Gelman, (Buenos Aires, 1930) agradecía la concesión del premio Cervantes. El trigésimo segundo ganador del premio mayor de la letras española, el cuarto argentino que lo obtiene, pronunció una de las alocuciones más breves, intensas y conmovedoras de las que se recuerdan en el paraninfo de la centenaria universidad de Alcalá. Un discurso muy político y trufado de cargas de profundidad que Gelman leyó con una pasmosa serenidad y en el que alzó «en pie la poesía contra la muerte».

Repasó Gelman los horrores de las guerras y las dictaduras que cercenaron la vida de los suyos y reivindicó la memoria histórica como «único camino para construir una convivencias cívica sólida». Lo hizo ante los Reyes y el presidente del Gobierno, un José Luis Rodríguez Zapatero que asentía agradecido y risueño a sus palabras. Fue Una alocución honda y emotiva en la que Gelman defendió que los poetas «escriben para vivir» y a la que la Corona contestó destacado «el compromiso» del gran poeta argentino «en favor de la dignidad humana».

Un Juan Gelman sereno y circunspecto que con 77 años recibía poco después del mediodía de manos de don Juan Carlos el diploma y la medalla que lo acreditan como miembro del selecto club de los cervantes. Con estas credenciales ya en su poder, ascendió parsimonioso el poeta al estrado del paraninfo, extrajo del bolsillo interior del preceptivo chaqué cinco páginas mecanografiadas, se calzó las gafas de miope y leyó sin asomo de grandilocuencia un discurso cargado de poesía, de elogios al magisterio de Cervantes y estremecedoras y duras constataciones sobre lo más duro y execrable de la condición humana: el perenne ejercicio de la violencia. Tras recordar que con él se premiaba a la poesía, se preguntó Gelman que hubiera dicho Hölderin «en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre y de pobreza». «¿Cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras?» se peguntó sereno el poeta argentino para afirmar que «ahí está la poesía, de pie contra la muerte».

Aludió a Mallarmé, a Cavalcanti, a Rilke, a Santa Teresa o San Juan de la Cruz, místicos que le «aliviaron» del exilio al que le condenó la dictadura militar argentina y cuya lectura «me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mi».

Manantiales de consuelo

Recordó Gelman ante su familia, en especial ante sus nietos Macarena y Jorge, cuyos padres fueron secuestrados y asesinados por los militares argentinos, a los 30.000 desaparecidos de aquel feroz régimen. «Yo moría muchas veces, y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido». Ante tanto horror, ante «la tortura, asesinato y desaparición de su restos en el fuego, el en mar o en suelo ignoto, el Quijote me abría entonces manantiales de consuelo», recordó.

Se confesaba Gelman «lector devoto de Cervantes» casi desde la infancia para declarar al autor del Quijote forjado de la modernidad y «padre de Kafka o Joyce». «Comprendí que él era es su escritura» y que «sólo quien desde el dolor ha escrito con verdadero goce pude dar a su lector un gozo semejante». «Cómico es el rostro de la tragedia cuando se miar a sí misma», concedía.

Tras el elogio cervantino, el discurso de Gelman se deslizó hacia otros derroteros. Recordó a las 200.000 víctimas de Hiroshima «que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón», a los centenares de miles de muertos en Irak que muere en el anonimato «privados de le muerte propia», y reivindicó la memoria histórica de las víctimas de la guerra civil española.

«Celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una convivencias cívica sólida que abra las puertas del futuro». «Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en la que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto», dijo. «Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en el Cono Sur» agregó.

Doble Impunidad

Volvió Gelman a San Agustín para afirmar con él que la memoria es «un santuario vasto y que hay recuerdos que no necesitan ser llamados», como «el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron» y que «pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo». Unas fantasmales visitas que generan dolorosas preguntas -¿Cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad?- y contundentes respuestas: «la nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces»,

«Hay quien vilipendian el esfuerzo de la memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mira hacia delante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas», plantaba el poeta resistente. Unas heridas que «aún no están cerradas» y cuyo «único tratamiento es la verdad y luego la justicia». Unas úlceras que Gelman propuso limpiar «como Don Quijote limpiaba sus armas, limpiando el pasado para que entre en su pasado». «Sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular», dijo.

Cerró Gelman su alocución recurriendo de nuevo al poder efectivo de la poesía y «al atrevimiento que conduce al poeta a un más adentro de sí que lo trasciende como ser» y «a la verdad del corazón y la verdad del mundo». Un poeta que, según recordó Marina Tsveateva, «la poeta rusa aniquila pro el estalinismo, no vive para escribir. Escribe para vivir».

Dignidad y justicia

La cerrada ovación del paraninfo abrochó o las sentidas palabras de Gelman cuya obra fue saludada por don Juan Carlos como símbolo «del compromiso a favor de la dignidad humana, así como en defensa de los derechos humanos de la verdad y de la justicia».

El Rey se refirió a Gelman como «un renovador del idioma y creativo del lenguaje» cuya palabra «fluye con fuerza, sinceridad y espontaneidad», nutriendo las pasión por disfrutar de la capacidad de sentir y palpar que encierra la mejor poesía.

Recordó don Juan Carlos la dura vida de Gelman «dramáticamente marcada por las muy crueles consecuencias personales y familiares de la dictadura»y para quien «la palabra ha representado el reencuentro, en el exilo, con su patria y con su raíces más profundas».

También recordó el monarca la huella que en la trayectoria de Gelman han dejado Garcilaso, Cervantes, Machado o Lorca incorporados a una obra "que trasmite su particular forma de mirar la vida y de ver el mundo, a través de temas recurrentes como el amor, al memoria, el dolor y la muerte".

Frente al tono sereno, pausado y emotivo de Gelman , llamó al atención la grandilocuencia que informó la intervención de César Antonio Molina, un ministro de Cultura que recorrió la obra del galardonado, un Gelman al que presentó como «un humanista libre de prejuicios, inconformista y audaz». Una obra que, según el ministro de Cultura, «simboliza la resistencia frente a la adversidad» y es, confundida con su biografía, «un proyectil contra la muerte».

Para Molina, el lenguaje de Gelman «es poética y semánticamente subversivo, no normalizado». Una forma de expresión que actúa «como verdadero sismógrafo del alma y de la vida, como querían los surrealistas y que, además, requiere una altísima precisión».