DONDE LAS CALLES NO TIENEN NOMBRE

Las miserias de Jerez

Jerez tiene uno de los términos municipales más extensos de todo el país y, claro, en sus 1.188 kilómetros cuadrados hay sitio para todo. Hay lugar para hombres y mujeres extraordinarios, pero también para necios y membrillos. Hay espacio para paisajes de ensueño y para rincones que podrían aparecer en alguna pesadilla, aunque, son los menos. En 1.188 kilómetros cuadrados podemos encontrar, por tanto, motivos para el orgullo pero también grandes miserias. Hablo de situaciones que en algunos puntos del planeta ya habrían sido tildadas de tercermundistas hace un siglo, y que, sin embargo, aquí se siguen produciendo ante la pasividad, las palabras huecas y las falsas promesas de nuestros gobernantes. De todos. De los de ahora y de los que pasaron antes. Las miserias de nuestra ciudad se encuentran en viviendas como aquella de la zona sur donde un matrimonio y su hijo murieron trágicamente en Semana Santa por el fallo de una instalación de gas que no habían podido arreglar debido a su precaria situación económica. Están, especialmente, en las barriadas rurales que en esta era en la que vivimos de las nuevas tecnologías, la comunicación y de la segunda, tercera o novena modernización de Andalucía -¿ja!- siguen subsistiendo sin suministro de bienes tan básicos como la luz y el agua. De cuando en cuando protestan, claman por sus derechos y el político de turno les dice que si, que todo se va a arreglar enseguida. Y de pronto ¿zás!, ya han pasado otros cuatro años. Pilar Sánchez empezó bien en este sentido, pero sólo ha arreglado parte del problema. Es decir, que lo que ha hecho, de momento, ha sido poner un parche. El agua llegó hasta el Puente de la Guareña, donde sólo llevaban treinta años pidiéndola por cierto, pero todavía quedan muchos vecinos en las zonas rurales que lo más digno que tienen es un pozo a la puerta de casa y un grupo electrógeno haciendo ruido para poder consumir un poco de luz.

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Es un episodio éste tan miserable como el espíritu de quienes han estado durante años en el Ayuntamiento, la Diputación y la Junta de Andalucía y han olvidado a estos ciudadanos como perros en una cuneta. Es cierto que hablamos en muchos casos de viviendas que están en cañadas, pero el político está para, de una u otra forma -legalizaciones, traslados, regularización- solucionar la papeleta, no para mirar hacia otro lado como el que no quiere que sus vergüenzas le pongan la cara colorada. Para no tener responsabilidades de este tipo podrían haber montado un puesto de pipas en vez de presentarse a unas elecciones.

Este ánimo combativo que me asalta se pone al rojo vivo con otra de las grandes miserias de Jerez. Para encontrarla no tenemos que irnos al campo, basta con acercarse al centro, al casco histórico. En intramuros trabaja una institución de las que obligan a quitarse el sombrero. Probablemente, lo hayan leído en este periódico de hoy. El comedor del Salvador puso más de 100.000 comidas sobre la mesa el pasado año. Atendió a cientos de personas anónimas que pasan por dificultades. No sólo indigentes sin techo o toxicómanos, que también, sino familias enteras a las que no les llega hasta fin de mes, parejas jóvenes que no pueden comer y pagar la hipoteca al mismo tiempo y mucha gente que nos sorprendería saber que necesitan de esa ayuda. El perfil de quien acude al Salvador está cambiando. Lo que no cambia es la fuerza invencible de las hermanas y de los voluntarios que se dejan parte de sus vidas para aliviar en la medida de lo posible las de los demás. Bien, pues el comedor lleva dos años sin recibir la subvención municipal aprobada en pleno. La alcaldesa debe ocuparse de que esta vergonzosa situación no se prolongue ni un día más. Antes de hablar de grandes eventos del flamenco y grandes titulares de prensa hay que arreglar temas tan importantes como éste. Antes de los grandes fastos hay que borrar del mapa las miserias de Jerez.