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Vichy catalán

Ha sido necesario que Barcelona tenga sed para que el agua haya dejado de ser un problema español y se haya convertido en uno de estado. Ya se sabe que mientras los problemas de España no afecten a los nacionalistas, ni son problemas, ni son ná.

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Pero no sólo escasea el agua, también el sentido común, porque es inaudito que tratándose de una cuestión de vital importancia, no exista un consenso total sobre la gestión del agua. Es mas, ni siquiera los partidos son coherentes con sus propios planteamientos y es que cuando la ocasión se presenta, un socio bien vale un trasvase que diría Enrique IV. Si no, que se lo pregunten a Zapatero, que se estrenó cargándose el Plan Hidrológico Nacional, precisamente para acabar con los trasvases, en especial con el previsto desde el río Ebro, y que comienza su segundo mandato aprobando uno.

El presidente valenciano ha dicho que no va a admitir que lo que no se permite para unos se permita para otros territorios de España. La Vicepresidenta ha manifestado que solo se trata de una «cesión temporal de aguas», otros hablan de «minitrasvase». Lo que sea, cuesta 200 millones. Los políticos encuentran un raro placer en apalear el lenguaje para que las palabras signifiquen lo que a ellos interesa en cada momento, porque coger el agua del Ebro y llevarla a Barcelona se llama trasvase. Lo mismo que se demonizó en 2004.

Si malo es que no haya una política estatal de aguas, peor es que haya una por cada Autonomía. Por aquí, a tenor de lo escuchado ayer, nada nuevo bajo el sol: camiones cisterna para abastecer a nuestros pueblos y buques tanque para exportarla.

Decía la Ley de Aguas de 1985 en su preámbulo que «El agua es un recurso natural escaso, indispensable para la vida, irremplazable, no ampliable por la mera voluntad del hombre, irregular en su forma de presentarse en el tiempo y en el espacio, fácilmente vulnerable », pocas veces el legislador ha estado tan inspirado, lástima que 23 años después sigamos sin enterarnos.