CRÍTICA DE TV

La Preysler

Para sacarle el máximo partido a la televisión habría que estar todo el día viéndola. En una suerte de zapeo mágico, lo bueno sería pillar los mejores momentos de las distintas cadenas. Hay gente que tiene una especial puntería para acertar en sus elecciones a lo largo de la jornada. También existe el caso contrario; es decir, hay quien ve lo peor de lo peor. Mi caso no coincide con ninguno de los dos, por lo que, para sacar un resultado fructífero de mi tiempo ante la pequeña pantalla, debo echar mano de otras armas, como un olfato catódico mezclado con veteranía de televidente. El martes esperé a ver la entrevista que Jesús Quintero anunció con Julio José Iglesias, primogénito del universal cantante español. El personaje no me interesaba demasiado, pero sí lo que pudiera decir. Efectivamente, no defraudó, sobre todo porque el director del espacio Ratones coloraos sabe llevar como nadie a sus interlocutores por la senda de las contestaciones interesantes.

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Quintero es un diestro que torea al natural manteniendo a la res a la distancia idónea para redondear la faena. Consciente de que el personaje no llena el tiempo suficiente por sí mismo si no se le pregunta por sus progenitores o por su hermano, avanzada la charla el Loco de la colina le lanzó: «¿Tu madre plancha?». J. J. apenas se lo pensó y respondió con esa sinceridad que sólo Quintero sabe lograr en sus invitados: «Que yo sepa, no». Todos los que en ese momento estábamos viendo Canal Sur nos habíamos imaginado alguna vez que Isabel Preysler no quiere saber nada de las cotidianas tareas del hogar, pero que lo diga su hijo es la prueba definitiva de que en verdad es así. Con la voz engolada, el menos famoso de un clan familiar mediático por excelencia fue respondiendo a todas las preguntas. Dijo sentirse muy español y confesó que cuando viene a España vive en casa de mamá. Era la fase de tanteo, pero el periodista no podía quedarse ahí y se aprestó a la suerte suprema recordándole que tanto su padre como su hermano tienen avión privado y él no. Sin perder la compostura -fue educado para eso-, confesó no disponer de dinero suficiente para permitirse ese lujo y añadió sentirse a gusto acudiendo a su aeropuerto de siempre.