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Los significativos segundos escalones

Me resulta difícil hablar de «Gobierno continuista». Creo que hay otros muchos adjetivos para calificar la tónica de un Ejecutivo en el que hay, sí, muchas caras ya conocidas, pero una indudable voluntad de hacer algo nuevo. Zapatero nos habló de modernidad, de igualdad y de afrontar los retos del medio ambiente, y no me parece que ninguna de las tres premisas se cumpla, en principio, con la composición de un gobierno en el que algunas de las ministras lo son en función de cuota, no de sus trayectorias relevantes o brillantes.

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Pero no quisiera parecer demasiado negativo a la hora de enjuiciar el nuevo elenco ministerial. Por los primeros pasos los conoceréis. Y los primeros pasos consistirán en los nombramientos de los «segundos escalones». Siempre he pensado que estos «segundos escalones», es decir, la riada de secretarios de Estado, subsecretarios, directores generales, jefes de gabinete, asesores y demás altos cargos dependientes de los diferentes ministerios, puede resultar, en conjunto, más significativa aún que la lista de quienes compondrán el Consejo de Ministros. No parece cosa irrelevante saber, por ejemplo, quién será el nuevo/a secretario/a de Estado de Comunicación, en sustitución de Fernando Moraleda; ni si seguirá el mismo responsable de los servicios secretos, bastante cuestionado en ámbitos internos, o si se mantendrá en su difícil puesto el mismo director de Policía y Guardia Civil, por poner apenas tres ejemplos. O podríamos hablar también del fiscal general del Estado, de los embajadores en los puntos más relevantes del planeta o de los principales «fontaneros» en Moncloa. De casi todo ello, por el momento, sabemos muy poco. Es verdad que los cambios en el gobierno, el primero de la segunda legislatura encabezada por ZP, no han sido demasiados: las carteras decisivas corresponden a los rostros de siempre, lo cual puede tener su parte positiva. Pero los verdaderos ejecutores de los cambios son siempre los segundos de a bordo, esos secretarios de Estado y subsecretarios que encargan los papeles y los hacen cumplir, al margen de tareas de representación e imagen. A partir de ahí, veremos si es el carné de partido lo que prima, cuánto pesan las amistades personales y si el mérito prevalece sobre otros criterios menos recomendables.