OPINIÓN

Que no te lo roben, padre jesús

Serían las seis de la tarde de un soleado domingo. Hace apenas dos semanas de este secreto que hoy, con el permiso de los cofrades del Humilladero, voy a contarles. Un mar de capirotes negros se arremolinaban en torno a Nuestra Señora de las Angustias, en la Capilla de su mismo nombre, mientras un hombre vestido de negro riguroso, con estola morada, esperaba paciente sentado en un sillón frente a la dolorosa que abraza a su Hijo. Los diputados de tramos se afanaban en colocar escrupulosamente a los hermanos que ya estaban preparados para la estación de penitencia, cuando se levantó, sereno, y se dispuso a rezar con el corazón en las manos, como solía hablar el padre Jesús.

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Con la tranquilidad de siempre, ajustó el micro a su escasa altura y comenzó a hablar. Y habló para no olvidar jamás lo que dijo, para mascar y rumiar cada año, cada Domingo de Ramos, las palabras que María, siempre María, Madre de Cristo, acertó a poner en la boca de este humilde siervo de Dios. «Que no te lo roben, hermano. Que no te roben un sólo segundo de las seis horas que pasarás con María en la soledad de tu túnica». Tras sus palabras, casi 300 hombres se pusieron el antifaz, se dieron un abrazo emocionado y salieron a disfrutar por calle Higueras como les había dicho aquel sacerdote, que llamó hermosa a Nuestra Señora de las Angustias por última vez aquel día.

Y como María no entiende de advocaciones, quiso Ella que pensara en ese momento en cómo lo conocí, cuando mi melena pasaba mis hombros y mi cintura medía muchos centímetros menos que ahora, como él siempre se encargaba de recordarme. Fue en la casa de hermandad de San Miguel. Él recién llegado a Jerez, cuando pasaba paseando por allí, y me vio llevando una saya de la Encarnación. De ahí surgió una conversación que posteriormente llevó a una amistad que nos encerró en Sierra Morena, en la romería de la Cabeza, patrona de Andújar, donde fundó la semilla de lo que sería la futura hermandad de Jerez.

Un autobús entero de jóvenes le escuchó cantar, reír, contar chistes, hablar, rezar, llorar... Fueron unos días que nos acercaron a una nueva manera de entender la devoción por María. Y nos contagió de tal manera ese espíritu que resultó que la Basílica de la Merced no estaba ya lejana, que los megáfonos se convirtieron en marchas, que las ruedas fueron superadas por el compás de la gente de abajo. Nos contagió de tal manera ese espíritu que nos recordó que Jerez tiene Patrona, y que se llama María de la Merced.

Y como María, siempre María, tiene estos caprichos, quiso que me despidiera de él una Madrugada, en el presbiterio de San Miguel, yo vestido de negro, con cinturón de esparto y sandalias y el corazón por abrir. Subí, le di un abrazo, le agradecí que hubiera querido vivir la salida del Santo Crucifijo de la Salud con nosotros y le di un abrazo de los que no se olvidan. Y le dije que nadie, absolutamente nadie, me robaría las cinco horas que me disponía a pasar con el Santo Crucifijo y su Madre... Y se limitó a sonreir.

Permíteme que me despida de ti con un hasta pronto, Jesús, con la certeza de que algún día nos veremos y te podré preguntar, allá donde estés, si el pan del cielo es mejor que el de la tierra. Y si te acordaste de disfrutar, sin que te robaran ni medio segundo, de la morena de la Merced.