Editorial

Irak, en punto crítico

La ofensiva lanzada en Basora por el Gobierno iraquí contra el «ejército del Mahdi», el ala militar del movimiento chií radical y frontalmente opuesto a la presencia en el país de Estados Unidos que lidera Moqtada al-Sadr, ha abierto un peligroso foco de inestabilidad y violencia que se ha cobrado ya varias decenas de muertos y cientos de heridos. La decisión del Ejecutivo de Nuri al-Maliki es, probablemente, la más arriesgada que ha adoptado desde que asumió la precaria institucionalización del Estado. Al-Sadr, último vástago de una familia de ayatollahs ilustrados contrarios al régimen Saddam Hussein, ha desafiado durante dos años con sus milicias a las tropas norteamericanas, pero su influencia rebasa el terreno estrictamente militar al contar con una treintena de diputados en el Parlamento. La apertura de las hostilidades ha supuesto así la cruenta expresión de la temida guerra interna entre los partidos chiíes, el principal de los cuales, el Consejo Supremo Islámico de Irak, confía en salir fortalecido de los combates.

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La resulta aún más preocupante ante la evidencia de que la Administración Bush ha optado por perseverar en una estrategia que pasa por mantener una actitud de resistencia, evaluar puntuales modificaciones en su contingente y guiarse por las decisiones que adopte sobre el terreno el general Petraeus, quien informará al Congreso a principios de abril. La ausencia de soldados estadounidenses en la batalla de Basora, centro neurálgico de la industria petrolera, parece confirmar que el futuro de la guerra avanza hacia su progresiva «iraquización», sin que existan perspectivas favorables sobre el apaciguamiento de la situación ni sobre un encauzamiento político difícilmente alcanzable mientras persistan las luchas entre las distintas facciones que conforman la realidad del país.