MUNDO

Fatalidad

Yo recuerdo a mi Mercedes Gallego antes de salir hacia Irak, preparándose para marine, delgada como una espingarda, o mejor, como una chumbera de su tierra de Cádiz, afiladas púas por fuera y tierna y jugosa por dentro, subiendo y bajando tanques con una mochila que le doblaba su peso miserable. Pasó cinco años en México DF, donde se endureció. Tiene un par de pelotas. Es de las personas que mejor conoce la cultura de la muerte, posiblemente porque la ha sentado a su mesa: se ensimisma con el pesimismo profético de su mejor amigo, Julio Anguita, que le confía su testamento profesional antes de ir a Irak con infantes de Marina.

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Siempre ha tenido que soportar demasiado peso sobre sus hombros livianos, como el acoso de un suboficial americano que a punto estuvo de echarla de la guerra o la muerte inesperada del propio Julio, barrido literalmente de la tierra por un absurdo Scud el día en que su columna entraba en Bagdad. Siempre ha sufrido, porque su religión le impide contar cualquier cosa que no haya visto. Por eso cree como Larry King que a los estadounidenses les escandaliza más que su gobernador vaya de putas que la muerte de niños, porque nunca estuvieron allí para verlo.

Ambos hicimos aquella guerra insensata y hemos contado esta posguerra de locos. A ambos nos parece Bush el peor presidente que nunca tuvo EE UU y los dos estamos convencidos de que, jubilado ese insensato, caeremos en un determinismo pesimista odioso. Ya nada podrá ser lo mismo: el mundo se habrá trastornado y muy posiblemente resulte irrecuperable. Cuando ese loco desaparezca habrá más terroristas, más hambrientos, más miseria, más fanáticos. Oriente se habrá cerrado para Occidente. Todo por su ceguera estratégica, su ruindad moral como soldado y sobre todo, por su miopía política.

Es difícil hacerlo tan mal en tan poco tiempo: desbaratar las relaciones transatlánticas, demoler la OTAN, convertir Palestina en un preludio de holocausto, dando alas a los bárbaros, transformando Irak en un cementerio administrado por Al-Qaida, Afganistán en una provisión de terroristas, alimento de narcotraficantes. Todo ello, salpimentado con unas relaciones odiosas con Musharraf, peligrosas con Ahmadineyad y complacientes con Putin. En lugar de detener a los criminales del 11-S, declaró la guerra al terrorismo y se fue a las cruzadas, para regresar derrotado tras hipotecar a su país y trastocar las leyes del mercado, al convertir a las productoras de petróleo en las zonas más inestables del planeta. No sólo a Oriente, sino también a Latinoamérica.