Opinion

Maldita ETA

ETA, maldita ETA. Con esa preferencia por la nuca de sus víctimas, para no enfrentarse a su mirada, ETA, maldita ETA, asesinaba ayer en Mondragón (Guipúzcoa) al ex concejal socialista Isaías Carrasco. Tres disparos en la nuca, a la salida de su casa y en presencia de su mujer y de sus hijas. Esperaba allí al menos un asesino, y otro al volante del coche para la huida. Maldita ETA. Esa banda criminal argumenta con la muerte como si el asesinato pudiera tener un efecto persuasivo en la una sociedad civilizada. Maldita sea.

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Se detuvo ayer la campaña electoral, al decidir todas las fuerzas políticas en liza la suspensión de los últimos mítines. Se produjo un extraño silencio, entreverado de sonidos, de condenas, de pésames, de una reunión en el Congreso de todas las siglas parlamentarias. Desde el primer momento, cuando aún conservaba el calor de su sangre el cuerpo de Isaías, las primeras declaraciones de los políticos, desde el líder de los socialistas guipuzcoanos, Miguel Buen, al ministro de Defensa, José Antonio Alonso, acompañaban una dolorida condena del asesinato con la afirmación de que la respuesta a ETA, que hace campaña electoral a favor de la abstención, para medir desvergonzadamente en ella su apoyo social, debería ser el domingo la de acudir masivamente a las urnas. Alonso obviamente hablaba de la unidad democrática, de endurecimiento penitenciario mediante el cumplimiento de las penas.

Las declaraciones del alcalde de Madrid, Ruiz-Gallardón, y de la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, dibujan dos personalidades tan diferentes que no parecen habitar en el mismo planeta. Para el alcalde, es el momento de la unidad de los demócratas y de que los políticos estemos «a la altura de lo que esperan de nosotros los ciudadanos». Aguirre, muy en su suyo, siguió el habitual argumentario del PP afirmando que ETA quiere autodeterminación y Navarra, y seguirá matando para conseguirlo, y que hay que acabar con esa banda y no negociar con ella.

Siempre es dolorosa la muerte de un compañero, pero cuando, además de afectar a sentimientos personales, esa muerte conmueve a una sociedad que lleva cuarenta años padeciendo un terrorismo de producción interna, y no exógeno como el de Al Qaeda, hay que desempolvar recuerdos de años anteriores, cuando ETA asesinaba españoles, fueran vascos o andaluces, con una reiteración de tragedia para expresar lo que el asesinato de Ismael Carrasco significa en este momento político. Mariano Rajoy leyó desde Génova un comunicado del condena rotunda, de condolencia a los familiares, a los compañeros socialistas y a todos los españoles, expresando además su convicción de que «la libertad, los derechos de las personas, los derechos individuales volverán a España». «Que a nadie le quepa la menor duda», precisó.

No se puede olvidar que en vísperas del 14-M se produjo el trágico 11-M. Y en vísperas del 9-M sucedió ayer el asesinato del 7-M. Tuvo probablemente Rajoy en la memoria aquel recuerdo cuando en tono de una gran firmeza aseguró que «ETA debe perder toda esperanza de lograr sus objetivos políticos. Vamos a derrotar a ETA». Como buen candidato a la Presidencia del Gobierno, Rajoy debió sentirse al frente de la lucha antiterrorista o dentro de la unidad democrática que también defendió, para derrotar a ETA, se entiende.