opinión

La Mirada | Fin del debate

Los debates electorales han terminado por convertirse en esta campaña en un fin en sí mismos. El hecho de que tanto el cara a cara Solbes-Pizarro, como el duelo que mantendrán esta noche Zapatero y Rajoy condicionaran ayer los mítines de ambos candidatos demuestra cómo el mero acontecimiento del enfrentamiento televisivo se ha impuesto al contenido de los discursos. Por lo que se conoce de cómo han preparado su primer debate, el presidente del Gobierno y el líder del PP parecen más predispuestos a no fallar en la respuesta a los argumentos del contrario que a atinar en la proyección de los propios, con una fijación casi exasperante por controlar hasta el detalle más nimio de la escenografía. Como si Solbes no hubiera demostrado que es posible ganarse a la audiencia a pesar de presentar un aspecto tan poco telegénico como el que lució el jueves ante las cámaras.

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El incierto resultado de las elecciones y las escasas novedades que está aportando la campaña han conferido a los dos encuentros Zapatero-Rajoy el aura de los momentos trascendentales, con los contendientes disputándose los votos potenciales de los indecisos. Pero si este segmento del electorado ya resulta de por sí difuso e informe -es imposible discernir los motivos por los que un ciudadano duda sobre el sentido de su papeleta e, incluso, si acabará depositándola en la urna-, tampoco socialistas y populares aspiran a atraerse al mismo tipo de indeciso. Los primeros creen, en privado, que siete de cada diez sufragios aún sin destinatario se inclinan por sus siglas. De ahí que Zapatero esté explotando el mensaje de la identidad socialista, persuadido de que «cuanto más convencidos están los convencidos, más convencen a otros». Bastaría, con ello, con dar un empujón sentimental para que los simpatizantes de corazón acaben acercándose a los colegios electorales, amarrando así la victoria. Mientras el presidente está obligado a presentarse como el inevitable ganador, Rajoy debe esforzarse en persuadir de que puede dar la vuelta a los sondeos y superar a su contrincante. Por ello, ha optado por diluir los perfiles de su partido, pidiendo el aval del electorado que no se identifica ni con la derecha ni con la izquierda. Para Zapatero, los indecisos representan la mayoría natural del socialismo que sólo precisa ser movilizada. Para Rajoy, significan los votos imprescindibles para desbordar a su electorado estanco. Hace 15 años, Felipe González y José María Aznar llegaron a la campaña para las generales aún más igualados que Zapatero y Rajoy, con los populares anticipándose incluso en intención de voto. Aznar se impuso a un confiado González en su primer debate televisivo. Pero la derrota espoleó a los socialistas, que comenzaron a aventajar de inmediato a sus adversarios primero por poco más de un punto y, el día de las elecciones, por 3,9 y 18 escaños. Hoy son otras las circunstancias, aunque ninguno de los dos contendientes está en condiciones de asegurar que ganar esta noche les encamine necesariamente a la victoria el 9-M.