LA GLORIETA

Intolerable intolerancia

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sted y yo sabemos que para que la libertad propia sea real es necesario que la del vecino no se vea mermada. Sobre esta premisa se cimentaron los pilares del edificio de la transición hace treinta años. Para que aquel proceso pudiera tener los más mínimos visos de credibilidad -el modelo de estado era heredero directo de una dictadura- era imprescindible que cualquier opción política tuviera cabida legal en la nación. La legalización del PCE supuso ese paso adelante que indicaba que el proceso democratizador era imparable. Las dos Españas iniciaban su reconciliación. Pelillos a la mar y vamos a mirar hacia las necesidades de hoy y el futuro. Los sectores conservadores sabían que era inevitable que esto sucediera. La izquierda aplaudía que ya nadie tendría que trasladar sus discursos en la clandestinidad. Sólo los más adictos a la agonizante España de las leyes fundamentales del movimiento alzaban sus voces en contra. Eran los ultras. Repudiados por toda la sociedad, en aquellos años se dedicaban a la deleznable actividad de lo que se llamaba reventar mítines. Impedían a los líderes de los partidos de la izquierda que dieran sus discursos. Insultaban, empujaban, provocaban a los asistentes con el ánimo de que se produjeran peleas. Cosas de miserables. Apenas quedan ejemplares de esta especie, pero sus desenseñanzas han calado hondo en una nueva generación de la más abyecta reacción, que hoy se viste de izquierdista. Sus más recientes víctimas, que no las primeras, son María San Gil, Dolors Nadal y Rosa Díez. Reventar mítines o conferencias ya es intolerable de por sí, pero que suceda en una Universidad lo hace más hiriente si cabe. La democracia soy yo, es lo que dicen estos fascistas.