Media de puntillitas

Si opta por consumir en mesa, la cosa comienza ayudando a retirar los restos del cliente anterior, conviene estar atento para no ser salpicado o impactado por ellos. Tras mucha mímica, aparece un camarero pertrechado con una gocifa que da miedo tocarla, porque hay riesgo de embarazo. Lo peor es que haya confianza, porque entonces se la dejan encima de la mesa para ir adelantando. Una vez pasada, permanece su rastro a modo de glaciar de pringue, que alguno de los de la mesa se afana en hacer desaparecer con servilletitas de papel.

Más mímica y en forma de parapente aterriza sobre la mesa una carta en papel plastificado, tan pringosa que lo usual es que a la pregunta ¿qué pedimos? La mesa responda a coro: ¿lo que tu quieras!, para no tener que tocarla. Consensuada la comanda, más contorsionismo mímico hasta conseguir que el camarero vuelva y se deje tomar nota de la bebida, que suele venir rápido. Cuando la trae, suele olvidársele la libreta de la comanda y para cuando vuelve con ella ya toca repetir bebida. Seguidamente el servicio es proyectado sobre la mesa, en una inestable pirámide de platos de postre y cestillo multiusos que en pacífica convivencia integra picos, pan, cubiertos y servilletas.

Por fin aparece la comida, toda de golpe, que no cabe en la minúscula mesa y que obliga a realizar serie de hiperventilaciones, para combatir la ansiedad que produce intentar comerse caliente todo aquello. A continuación, vaso que irremediablemente es derribado ante el colapso que sufre la mesa y servilletitas de papel a tutiplén para empapar el desastre. Finalmente llega la cuenta y es en este momento cuando comprendemos, porqué esto es Cádiz y aquí hay que mamar.