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Obama, ¿imparable?

Un conservador y acreditado neocon como William Kristol vaticinaba el domingo la inevitabilidad de la victoria de Barack Obama en las primarias demócratas y predecía que será visto como el ganador sin esperar siquiera la jornada del 4 de marzo, cuando votarán Texas y Ohio. Lo sucedido ayer en las riberas del caudaloso Potomac, en Virginia, Maryland y el distrito federal capitalino, Washington, va en esa dirección, pero ni canta victoria el joven senador por Illinois ni tira la toalla la veterana senadora por Nueva York, Hillary Clinton. El comentario de Kristol parece encubrir una especie de deseo de fondo de que el público vote por lo desconocido, alguien aceptado más allá de las adhesiones mecánicas a los programas clásicos, portador de una noción muy fuerte, pero aun inconcreta, de cambio, y que parece una especie de candidato independiente, no demócrata. La candidatura de Obama se beneficia de la limitación de Clinton, una aspirante «que tiene asegurado el no de un 42 por ciento» a nivel federal.

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Las encuestas disponibles parecen confirmarlo: Hillary, una candidata de peso, suscita desde siempre un rechazo frontal en buena parte del público. Mientras Obama es más permeable y transversal, como se dice ahora. La encuesta -con una muestra pequeña-, de Ipsos-AP difundida el lunes corrobora ese hecho tozudo: Obama derrotaría a McCain, el seguro candidato republicano por seis puntos, pero Clinton sólo por uno. McCain sube en cuanto Clinton es su adversaria y dudosamente la convención demócrata de agosto podrá ignorar ese dato capital. Esta novedad no es semejante en nada, sin embargo, a lo sucedido con el partido en 1972, cuando George McGovern, con el ala izquierda del partido movilizada contra la guerra en Vietnam, ganó las primarias y la convención, pese a que todo el mundo sabía que era un fantástico candidato en las primarias y un mal candidato final cuando vota todo el que se inscribe. El resultado quedó para la historia: Nixon venció a McGovern por un rotundo 60 a 38 por ciento.