Editorial

Turismo incierto

El balance turístico español en los prolegómenos de la campaña 2008, que ofrece algunos nubarrones derivados de la desaceleración económica en los principales mercados, se ha presentado desde la patronal y la administración como una incertidumbre «ante la que habrá que estar vigilantes».

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El diagnóstico para un sector que genera hasta el 10,5 del PIB no deja de recordar los voluntariosos propósitos de otras épocas de amago de crisis que de una u otra forma se consiguieron conjurar en última instancia. Pero la persistencia de los datos que apuntan a un descenso del valor añadido de nuestras infraestructuras turísticas, que en su mayoría se inclinan por competir con otros destinos preferentemente en precio en lugar de en calidad, deberían abrir los ojos definitivamente a un sector empresarial que siempre parece al borde de morir de éxito.

Porque la superación en la campaña pasada del récord de visitas a España alcanzando los casi sesenta millones de viajeros no puede actuar como un espejismo y ocultar otras realidades como el hecho de que esos mismos turistas pasaron menos tiempo en sus destinos y el avance interanual fue tres veces inferior al de 2006. La inestabilidad política o social de algunos de los más importantes destinos alternativos a España ha actuado durante muchos años de factor estabilizador para un mercado que año tras año va encontrando una mayor competencia mundial. Sistemáticamente se ha ido aplazando la ineludible reconversión turística española sustituyendo los cambios de fondo por retoques para ir tirando. Los empresarios turísticos, con la ayuda de la administración que lanzó el plan Horizonte 2020 -con una inversión prevista de mas de cinco mil millones de euros-, tiene la perentoria obligación de afrontar, de inmediato, no solo la mejora en la gestión de costes y la modernización de sus empresas, sino una transformación del enfoque global de la oferta.

La ampliación de sugerencias turísticas para enriquecer la oferta y aportar mayor valor añadido es la fórmula que desde años atrás se había enunciado sin acabar de ponerla en practica excepto en destinos muy puntuales.

Pero la identificación irrenunciable de España con la imagen de sol y playa puede y debe completarse progresivamente con la cultura, la alta gastronomía, el cuidado medio ambiente y el lujo para subir un escalón mas en la competencia por un mercado cada vez mas exigente y complejo.