Opinión

La Glorieta | ¿Carnaquè?, por Javier López

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U sted y yo sabemos que con el invierno también viene el carnaval. Y que los gaditanos son firmes partidarios de esta celebración pagana. Don Carnal ya se pasea por las calles de la capital, desde la Viña hasta el Mentidero. Vive en el Falla, pero el domingo pasado se hizo molusco y equinodermo para saciar el apetito de carnestolendas, engordado desde la cuaresma de 2007. Miles de adeptos peregrinaron hasta intramuros para cumplir con el rito secular. Colas interminables para comulgar con ostiones y erizos, representación de los placeres mundanos que tan mala prensa tienen durante los cuarenta días que preceden a la Semana Santa. Lo que también sirve para ilustrar que nada vende tanto como lo que es gratis. La gratuidad incrementa la demanda hasta arruinar la oferta. Lo que es lo mismo que decir que lo que es de balde es lo que más quiere la gente. Corolario económico-carnavalesco: la gente tiene tantas ganas de carnaval como de comer sin pagar. Usted, que es gaditano, es un gran aficionado a esta fiesta. Yo, que no soy una cosa ni la otra, no puedo mirarla más que con cierta curiosidad. Me asombra la pasión con la que se vive el concurso de agrupaciones y que la gente conozca y cante las letras de chirigotas, coros y comparsas de otros años. De hecho, ni tan siquiera soy capaz de distinguir estos tipos de conjuntos carnavalescos. Y lo que es peor, mis abrumados oídos no son capaces de percibir el discurso que se articula en las tablas del teatro ni en la urdimbre de calles de la Viña. Lo más incomprensible es ver como los carnavaleros están dispuestos a pasar frío vestidos de atuendos ininteligibles, como pilas alcalinas y ceniceros.