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2008

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ste nuevo año volverá a estar marcado por las decisiones que Antonio Muñoz tome desde su todavía despacho del estadio Carranza y que deberían ir encaminadas fundamentalmente a encontrar un comprador decente para un club al que sigue apegado tras la huida de Baldasano, pero que necesita una nueva filosofía de gestión. Resulta curioso observar como la pasión por el fútbol ha crecido en Cádiz, en la misma medida que ha bajado su cifra de residentes y aumentan los cebollinos que cada temporada afirman que el objetivo del club es el ascenso. En este baile de números, queda únicamente por calcular -a ciencia cierta- cuántos son los guapos que se tragan este discurso optimista cogido con alfileres y con el que el cadismo es bombardeado tanto por los que hacen el armazón del equipo como por los que un día se deshacen en elogios y, al día siguiente, si te he visto; no me acuerdo. Sería bueno que en 2008 el Cádiz encontrara parte de esa entidad que ha ido perdiendo conforme abandonó la Liga de las estrellas, acontecimiento que vino a poner el broche de oro a un ciclo de vino y rosas que ha dado paso a otro de vinagre y ramajos. Desde la distancia, la mejor posición para analizar los acontecimientos con meridiana claridad, uno acaba por tener la sensación de que el aficionado va por un lado y los gestores toman un rumbo diametralmente opuesto. Es el único modo de entender la retahíla de decisiones que se acumulan en las oficinas del club y que vienen a decirnos que la vox populi pasó a mayor gloria en un tiempo indeterminado entre Segunda B y Primera. Al mismo ritmo que siguen cayendo algunos iconos recientes -Pavoni porque ha cumplido su ciclo, Lobos porque había muchos euros sobre la mesa y Espárrago y Jose González no se sabe por qué puñetas, se acrecienta la sensación de que este Cádiz está pidiendo a gritos un cambio brusco en sus entrañas para que todo ruede mejor.