Cultura

Catálogo grotesco

Publican una antología de la narrativa breve marcada por la extravagancia y la deformación de la realidad

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Un muñeco autómata vestido de turco capaz de adivinar el futuro. Un niño harapiento, decimonónico y ladronzuelo que es vapuleado por una oscura sociedad de brujas y bufones. Un amigable enano adulto que tiene la apariencia de un niño de ocho años. Un soñador convencido de que en su vida anterior fue un caballo. Un hombre que informa a una academia de su anterior vida de mono.

Este catálogo de seres increíbles, esta nómina de criaturas extravagantes es fruto de las imaginaciones de autores como E.T.A. Hoffmann, Leopoldo Alas Clarín, Vladimir Nabokov, Felisberto Hernández y Franz Kafka, y aguarda entre las páginas de un libro titulado Antología del cuento grotesco (Austral): un cofre lleno de monstruos y distorsiones que nos hace pensar en un mundo en el que el cielo aplicase sobre la tierra los rayos deformantes de los espejos del callejón del Gato.

Al cuidado de Araceli San Juan Otero y prologado por Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan, el volumen funciona como un agradable muestrario de deformidades. En su ensayo introductorio, Guerrero-Strachan se pregunta por qué lo grotesco es una presencia constante a lo largo de la historia de las artes. Situando el concepto entre los polos de lo cómico y lo siniestro, parece claro que lo deforme «suele ir asociado a lo trágico y a la angustia en determinadas épocas históricas en las que hay una cierta angustia vital, o es mayor de lo que la sociedad estaba acostumbrada a aguantar hasta ese momento, y la visión del mundo se torna ácida, desesperada o ríspida. Existen otros momentos históricos, continúa, «en que el bienestar hace que olvidemos todo lo que se esconde entre candilejas, y la risa desfigurada de lo grotesco nos lo recuerda».

Pintura y literatura

Ya sea como desahogo o como recordatorio, lo grotesco está presente en las letras y la pintura desde antiguo. A comienzos del siglo XVI, Pinturicchio recibió el encargo de decorar las bóvedas de la biblioteca de la catedral de Siena. El cardenal Todeschini Piccolomini le indicó que lo hiciese «con esas fantasías, colores y distribuciones que hoy día llaman grotescos». Después, como desarrolla Guerrero-Strachan en su estudio introductorio, llegarán maestros de lo extravagante como El Bosco, Archimboldo, Brueghel o Goya,

En literatura, quizá el primer nombre que se nos viene a la cabeza al hablar de lo grotesco sea el de Rabelais. En el francés, a partir de la carcajada festiva, lo grotesco alcanza una intencionalidad casi subversiva. Algo similar ocurre con otro gran satírico, Jonathan Swift, que llegará a enfrentar a su Gulliver con seres tan increíbles como los houyhnhnm y los yahoo, aquellas criaturas que representaban por separado lo mejor y lo peor de la especie humana.

A partir del Romanticismo, el interés por deformar la realidad abandona el territorio cercado de la sátira y termina por influir decisivamente en el resto de los géneros literarios. Según Guerrero-Strachan, «a finales del siglo XIX y en el siglo XX se diluye para infiltrarse en cualquier manifestación artística y en casi cualquier movimiento, aunque sin duda destaque en el Surrealismo por lo que éste tiene de concitación de lo inconsciente, o en el Expresionismo por la fuerte carga crítica contra la sociedad y por la angustia existencial que permite una visión deformada y ácida».

Macabro y cotidiano

El primero de los autores que se incluyen en esta antología del relato grotesco es el romántico alemán E.T.A. Hoffmann, un maestro en combinar lo siniestro y lo inverosímil. Su cuento es una historia de autómatas con aspecto casi humano: los antecesores de la posterior literatura de androides, clones y replicantes. Después, llega un gran admirador de la obra de Hoffmann, Edgar Allan Poe, con su célebre cuento La máscara de la muerte roja, un relato en el que la despreocupada dicha del príncipe Próspero es asediada por la enfermedad más deformante: la peste.

Sorprende que el siguiente autor de la antología sea Nikolái Gogol. Sin embargo, al comprobar que el relato elegido es el conocidísimo El abrigo, no es difícil concluir que la antóloga ha querido dejar muestra de algo que podríamos llamar el grotesco prekafkiano; es decir, aquel que descubre el lado más extravagante de la cotidianidad, el que desvela de un modo tan humilde como tajante el fondo de oscuridad y sinrazón que se oculta tras la realidad aparentemente inane.

El protagonista del cuento es un anticipo del antihéroe moderno, un ascendiente de Bartleby, un pariente ruso de Joseph K: «Entraron y salieron directores y jefes de negociado, pero a él le vieron siempre en el mismo sitio, en el mismo cargo, haciendo el mismo trabajo, a saber, la copia de documentos oficiales, hasta tal punto que con el tiempo llegó a creerse que había venido a este mundo ya del todo preparado para esa tarea, con su uniforme de funcionario y la coronilla calva».

En las antípodas de Gogol encontramos una breve pieza de Villiers De L'Isle-Adam, hermosa y macabra a un tiempo, que apuesta un doblón romántico por la cercanía entre lo bello y lo inmoral. El decadentismo, como escribió Juan Eduardo Cirlot, suele rozar lo grotesco en su decidido avance hacia «el delicado morbo de lo exquisito».

Autores clásicos

Como es sabido, los grandes autores no sólo se fabrican seguidores sino que, de un modo casi mágico, crean también predecesores. Quienes no conozcan el siguiente relato de la antología, ¿Dónde está mi cabeza?, de Galdós, quizá den por sentada durante un instante la ucronía de que don Benito hubiese podido leer La metamorfosis. En este cuento, al tiempo terrorífico y humorístico, el protagonista se despierta una mañana de un sueño inquieto convertido en un monstruoso decapitado.

Tras Galdós, llega Clarín con un extenso cuento, Pipá, que utiliza la deformación grotesca de una manera dickensiana, con fines más dramáticos que argumentales, en un guiño a las corrientes naturalistas de la época.

Pocas páginas después nos encontramos quizá con el autor que ha manejado lo grotesco de un modo más fecundo en la literatura del pasado siglo: Franz Kafka. En la antología se incluye el Informe para una academia, pero habrían servido igualmente otros muchos de los sombríos textos del checo. Estudiosos de su obra han concluido que los cuentos en que aparecen animales (desde La Metamorfosis hasta Chacales y árabes) tienen que ver con el significado cabalístico de la expiación y la culpa. Tal vez Informe para una academia tenga que ver antes con la inadaptación, uno de los grandes temas de Kafka.

Lo grotesco también puede manifestarse cuando entran en escena los arlequines trágicos del crimen y el amor. Quizá no haya mejor muestra de ello que Una rosa para Emily, el cuento de Faulkner que relata una absurda historia de amor y deshonra en el profundo Sur. Algo más perverso resulta El elfo patata, el relato de Nabokov que detalla el ridículo romance entre el enano Frederic Dobson y la señora Nora Shock, esposa de su mejor amigo. En el tablero de ajedrez nabokoviano la felicidad es efímera para los seres diminutos: «La Providencia le concedió a Fred Dobson, un enano vestido con polainas del color gris del ratón, el feliz día de agosto de 1920 que comenzó con el ruido melodioso de una bocina y el destello fugaz de una ventana que se abrió de golpe a lo lejos».

La Antología del cuento grotesco termina con dos autores cubanos: José Lezama Lima y Virgilio Piñera. Del primero se incluye una glosa mitológica titulada El guardián inicia el combate circular. El relato de Piñera es La caída, una pieza maestra que traslada una de las obsesiones del cubano, la mutilación física, al mundo del alpinismo.