VUELTA DE HOJA

Rebelión en la catedral

Lo que significó un enigma para Américo Castro, lo es ahora para Luis Aragonés. No se trata ahora de inventar un cóctel entre judíos, moros y cristianos (sírvase muy frío), sino entre los distintos trozos de España. San Mamés nos valga! Yo, que he tenido varias, recuerdo que en una de mis primeras juventudes me encomendaba a sus cinco apóstoles más de fiar: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza. Rara vez me fallaban y nunca en los balones por alto. Ahora parece que se ha endurecido el juego. El partido Euskadi-Cataluña se ha transformado en otra clase de competición.

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Vivimos en una época caracterizada por las exageraciones. No sólo no hay que ponerse así, sino que no hay que ponerse. ¿Cómo se puede acusar de traidores a los catalanes que juegan en la selección española? Algún día se verán con mayor serenidad estos conflictos comarcanos. Cuando las aguas vuelvan a su cauce. Lo malo es que quizá para entonces no quede agua, ni siquiera un chorrito para que cada cual se lo lleve a su molino.

El fútbol, que es el deporte más ingenioso inventado por los hombres, está siendo utilizado para otras cosas. El histórico, queridísimo campo de San Mamés, que es quizá el único donde se aplaude una buena jugada del equipo rival, no puede descender de catedral a capillita.

Estábamos de acuerdo en que el deporte debe ser una especie de esperanto donde pudieran entenderse todas las razas y todos los pueblos. A los que nos hemos acostumbrado a ser españoles -«contigo y con tu castigo»- nos produce una gran tristeza la utilización política de lo que en principio debe ser diversión.

Debiéramos sosegarnos y no sacar las cosas de quicio, más que nada por no cerrar puertas. Los problemas de España no pueden solucionarse de dos patadas.