EL COMENTARIO

El Rey, por la estabilidad

La intervención regia de la Nochebuena planteaba en esta ocasión la dificultad añadida de irrumpir en un panorama político exasperado por una legislatura extraordinariamente agria y desabrida que toca a su fin. Pero el Monarca no se ha andado con rodeos y ha reiterado, con la intensidad arbitral que corresponde a la institución que encarna, los criterios precisos en esta hora y, muy especialmente, la lógica constitucional que, en reiteradas ocasiones en estos cuatro años, ha brillado por su ausencia durante el confuso y convulso proceso de reforma territorial: «La España que representa nuestra Constitución está concebida para integrarnos a todos», dijo, justo después de ensalzar el logro de «una modernización única en nuestra Historia a tres décadas de los primeros comicios democráticos de la Transición». Y tras esta referencia a la Carta Magna, manifestó su apoyo a la «unidad y diversidad», conceptos que, «debidamente integrados en el marco constitucional, nos han permitido y nos permiten progresar como gran Nación».

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Como en anteriores ocasiones -es uno de los leit motiv permanentes de la Corona-, el Rey ha reivindicado asimismo uno de los criterios básicos del modelo democrático, la unanimidad en el origen, el contrato social que permite establecer una dialéctica incruenta de poder en que los conflictos se resuelven pacíficamente. Y en este sentido, ha reclamado «a nuestros partidos mayores esfuerzos para alcanzar el necesario consenso en los grandes temas de Estado». Y sus concreciones en esta materia se han dirigido sobre todo a la lucha antiterrorista, en el que permanece el disolvente disenso que se generó en torno a la inefable teoría de la conspiración, ya laminada por los Tribunales: «La lucha contra el terrorismo reclama -ha dicho el Rey-, sin duda, unidad. Sus crímenes, amenazas y extorsiones siguen presentes. Suponen un inaceptable ataque a nuestros derechos y libertades». Y, tras recordar que el año comenzó con el drama del atentado de Barajas y ha concluido con el asesinato de dos guardias civiles, el monarca ha remachado la idea: «Necesitamos cuanto antes una cultura de la unidad que haga efectivo el compromiso de todos los demócratas para acabar definitivamente con el terrorismo».

Pero probablemente la apuesta más novedosa de don Juan Carlos -aunque voluntariamente difusa por su incidencia en la política concreta, que el rey constitucional no puede invadir- es la concerniente a la estabilidad institucional. «Los Estados que con mayor eficacia atienden a la voluntad de sus ciudadanos se basan en la solidez y estabilidad de sus modelos democráticos e instituciones, así como en su amplia cohesión interna en torno a las grandes cuestiones», recordó. En el mismo párrafo en el que reclamó esfuerzos de los partidos para lograr el consenso en los grandes temas de Estado, incluyó la petición de «solicitar su debido apoyo para nuestras instituciones en aras de su más eficaz funcionamiento». Los espectros del TC y del CGPJ zarandeados por los partidos sobrevolaban el discurso.

Evidentemente, el Rey no podía ir más allá. La ruptura de los grandes consensos fundacionales del régimen y la utilización incluso del terrorismo como arma política son patologías que afectan a los cimientos del Estado, por lo que quien ocupa el vértice institucional ha de ejercer su facultad de advertencia, haciéndose sin duda eco de las vibraciones más espontáneas de la opinión pública. Pocas veces fue tan explícito el Monarca en sus recomendaciones; pero la materialización de semejantes designios no le corresponde: son, efectivamente, los partidos los encargados de recoger la sugerencia y de darle verdadera encarnadura.

Una tercera preocupación expresada por el jefe del Estado fue de índole socioeconómica: las «fluctuaciones» económicas que se avecinan han de llevar a las distintas administraciones a redoblar esfuerzos para «atender las carencias de muchas personas»; es decir, el Rey piensa, y con razón, que si como se prevé se aproxima una relativa crisis, y en todo caso una reducción de la bonanza experimentada en los últimos años, los mecanismos sociales que deben redimir a los menos favorecidos han de funcionar a pleno rendimiento. «La España de nuestros días -ha asegurado- es un proyecto integrador y solidario. El de un gran país europeo del que podemos sentirnos orgullosos por su cultura, dimensión económica, calidad de vida, sensibilidad social y proyección exterior».