Cultura

Un poeta de café

Antes que relatos de humor o ideas para guiones cinematográficos, en los cuadernos de Rafael Azcona hubo poemas. En su juventud, valoró la posibilidad de ser poeta de café, y mantuvo esa idea en su cabeza hasta que se trasladó a Madrid a comienzos de los 50.

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Azcona escribió el grueso de su obra poética antes de cumplir los treinta años. Aunque él no siente demasiado aprecio por esos textos de juventud, no es difícil encontrar en ellos puntos de interés. Manuel de las Rivas ha escrito que su poesía es capaz de «medirse sin desdoro» con aquella que en ese momento hacían en España los miembros de su generación.

Tanto por edad como por estilo, Azcona es un miembro del grupo del 50. Sus poemas combinan una óptica realista con fuertes dosis de ternura, escepticismo y tristeza. Algunos de ellos, como el titulado Es difícil ser hombre, se sitúan en el punto exacto donde Ángel González se cruza con Blas de Otero: «Además de las caries de los dientes, / nos debieran doler bastantes cosas / Por ejemplo, las tardes de domingo, / la risa que nos da si un niño llora, / la lluvia que se rompe en los cristales, / el pico sin amor de una paloma, / la angustia en soledad de los banqueros / y muchas otras cosas».

El lector no tarda en encontrar indicios de lo que con el tiempo conformaría el mundo de Azcona. Ocurre por ejemplo en Domingo ciudadano: «Por no poder odiarte, te desprecio, / fiesta municipal, reglamentada; / desprecio tu mañana de perezas / satisfechas después de una semana; / desprecio tu comida con manteles / y postres, desusadas circunstancias; / desprecio tus cafés, copas y puros / en la tarde monótona y gregaria; / desprecio tus teatros y tus cines / y tus bailes que amasan carne humana; / desprecio tu concierto entre dos luces, / su público de horteras y criadas, / y desprecio tu noche sin silencio, / con voces de borrachos ensuciada».