ANÁLISIS

El jamón

Caí en la cuenta al conocer la noticia de que EE UU había concedido visado al jamón ibérico. Ahí quería yo llegar, a que hay más cosas que nos unen que las que nos separan, en particular, el jamón. Al final, se va produciendo lo que me parecía imposible, la evolución a más y mejor de la Administración americana, a la que desde este momento rindo tributo de admiración, convencido de que el ibérico va a ser, desde ahora y en el futuro, un embajador más próximo y fácil de entender que nuestro leal Moratinos.

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Ahí quería yo llegar cuando admití escribir sobre el cisco belga. Un país que tiene a sus comunidades a la greña por un quitameallá una circunscripción electoral y que ha demostrado, tras casi 200 días sin gobierno, esencialmente: que puede vivir sin él. En los viejos tiempos de mi militancia poética en el anarquismo, hubiera dado cualquier cosa por ver algo así, una nave del Estado a la deriva que sin embargo mantuviera un sólido rumbo. La contradicción misma entre el poder disputado y el sensato discurrir de la vida corriente de sus ciudadanos. Flamencos y valones riñen por su área de influencia; primordialmente discuten la mayor o menor representación de la francofonía, en una sociedad partida: el 60% aflamencada y el 40% restante afrancesada.

Aunque la duda casi ofende, con suerte, rezan los partidarios de una confederación, podría suceder que Bélgica desapareciese. La sede de la UE propende, como se ve, a la armonía y al espíritu libre y solidario que debería adornarnos como comunidad supranacional. Me duele la orfandad en que quedaría mi amigo y corresponsal Fernando Pescador, quien, por si acaso, se apresuró a criar a sus hijos y traerlos a Madrid. No cabe duda, nos quedaríamos sin capital de la cosa y Europa caería en una Unión nómada con capitalidad volante que, a más a más, elevaría el nivel de gasto de nuestros ilustres e incontinentes parlamentarios europeos.

Yo me temía todo esto, o sea lo peor, desde la desaparición de mi llorada Fabiola; aquella mujer sin tacha, algo mojigata, que, junto a su católico Balduino, mantuvo al país unido y contra el divorcio. Que esa es otra, se empieza por conceder que las parejas belgas puedan separarse y no se sabe nunca adonde se puede llegar. En mi caso, siempre me pareció facilitador que en mi tierra querida se hablara sólo riojano, con acento, sí, de Cenicero o de Alfaro y que las grandes discusiones por las que he visto partirse la cara a la ciudadanía hayan sido, en esencia, acerca de si la sal hay que echarla antes o después de asar las chuletillas sobre el sarmiento.