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Deprisita...

Deprisita, que es gerundio», se le escapaba la otra tarde a una dinámica presentadora de televisión. No diremos su nombre. Es posible que la mayoría de los lectores menores de 30 años no tenga ni idea de qué estoy hablando, a juzgar por el último Informe Pisa sobre la educación en España. Da igual: señalemos que «deprisa» no es gerundio. La comunicadora en cuestión sí es comunicadora. O sea que aquí comunica cualquiera, como aquella otra dama que, hace pocos meses, nos instaba en otro programa de tarde a «no confundir churros con meninas».

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La televisión se ha llenado de analfabetos ya no funcionales, sino estrictos. Esta misma semana la Asociación de la Prensa de Madrid y el Colegio de Periodistas de Cataluña se ponían de acuerdo para publicar un manifiesto donde critican la precarización de la profesión, denuncian los bajos salarios que afligen a la mayoría de los colegas y apelan a la responsabilidad de los editores para rectificar esto, porque no es posible informar libremente si uno tiene encima la amenaza del despido implacable.

Esto que pasa en el periodismo ocurre también en otros oficios. La clave del asunto es que, de veinte años a esta parte, las facultades españolas han «producido» más periodistas de los que el mercado laboral puede absorber, de modo que es bastante fácil encontrar a alguien que haga el mismo trabajo que tú por menos precio. Esto no obedece a un fenómeno de «precarización», sino que ésta es consecuencia de una dinámica habitual en el mercado.

Otro aspecto que conviene subrayar sí conduce a la «precarización»: si los canales de televisión prescinden de cualquier criterio profesional periodístico y ponen todos los huevos en la cesta del espectáculo, lo lógico es que los periodistas se conviertan en un lumpen-proletariado de la tele, con cometidos de segunda clase, sueldos de tercera e intercambiables unos por otros, con la salvedad de los «rostros» que otorgan imagen de marca a la casa. Ser periodista hoy no es fácil, pero serlo en la tele es un calvario. Y eso, la tele, está dañando muchísimo al periodismo en general. («Dañando», por cierto, sí es gerundio).