Editorial

Hacia la derrota de ETA

Raúl Centeno, el joven guardia civil asesinado por ETA en la localidad francesa de Capbreton, fue despedido ayer por sus padres y hermano acompañados por los Reyes y por las máximas autoridades del Estado, en un gesto de consuelo colectivo que supone la imprescindible réplica institucional al atentado y de apoyo a cuantas personas sirven a la seguridad de los ciudadanos. A la misma hora, y tras una noche de violencia en distintas localidades del País Vasco, miles de manifestantes recorrían las calles de Bilbao coreando como consigna «La lucha es el camino», en protesta por las condenas dictadas en el sumario 18/98 contra la trama etarra y la detención de 46 de los imputados; una marcha que se producía, además, después de que tanto la ilegalizada Batasuna como la legal ANV rehusaran condenar el crimen de Capbreton. La cruel sangre fría de los activistas que mataron a Raúl Centeno y se ensañaron con Fernando Trapero, así como los sabotajes nocturnos y el victimismo cómplice que ayer se dio cita en la capital vizcaína, nos retrotraerían a los peores años del terrorismo de ETA. Sin embargo, la banda continúa padeciendo un debilitamiento irreversible. La puesta fuera de la ley de distintas organizaciones de la izquierda abertzale en ningún caso está siendo compensada por los electos obtenidos bajo las siglas ANV. Y el grado de unidad alcanzado en la convocatoria de la concentración de mañana en Madrid y el repudio unánime de tan execrable atentado constituyen también signos de esperanza hacia la definitiva desaparición de la violencia etarra.

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Pero para que esa esperanza se haga realidad es necesario que el Estado de derecho persevere sin desmayo en la erradicación del terrorismo, no sólo en su contención; y que los responsables políticos eviten recaer en la ingenuidad de quien pueda querer ver tras los pistoleros una voluntad política eventualmente dispuesta al diálogo con las instituciones. La insistencia en que el asesinato fue la consecuencia de «un encuentro fortuito» entre los guardias civiles y los etarras parece restarle gravedad a lo ocurrido cuando, en realidad, resulta mucho más inquietante que tres activistas de ETA se sientan con autoridad para acribillar en suelo francés a dos jóvenes de cuya identidad no podían estar seguros. Por otra parte, la mención del ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, a que, con su disposición a secundar al terrorismo, ANV está haciendo acopio de causas que podrían conducir a su ilegalización no debería quedarse en esa mera constatación, que empieza a ser recurrente tras cada actuación criminal de ETA. Antes al contrario, está obligando ya al Gobierno a hacer uso de sus prerrogativas para requerir del Tribunal Supremo que ninguna de las franquicias de la izquierda abertzale siga contando con amparo legal.