VUELTA DE HOJA

Demasiado fácil

Siempre ha estado de moda pedir dinero, pero ahora lo que más se lleva es pedir perdón. Curiosamente, es más fácil perdonar agravios que clausurar cuentas pendientes. Entendido el perdón como el olvido de la ofensa recibida, es sin duda mejor que la venganza, aunque esa forma de Alzheimer pueda contener una dosis de crueldad enmascarada de desprecio. Otorgar nuestro perdón a alguien nos hace superiores al perdonado y además nos libera de rencores. Ahora está de moda pedir perdón. Incluso lo ha hecho el juez Gómez Bermúdez, en nombre de su mujer, que ha escrito un libro al mismo tiempo que plantaba un árbol de discordia entre los jueces, los fiscales y las víctimas.

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«Usted perdone», le decimos a mucha gente muchas veces al cabo del día. Es una palabra malbaratada por el uso. Lo mismo la empleamos para alguien al que pisamos sin querer por la calle que a quienes hemos pisoteado durante largo tiempo. La más espectacular de las peticiones últimas ha sido la de los obispos. El presidente del Episcopado, al mismo tiempo que ha hecho sensatas consideraciones sobre la Ley de la Memoria Histórica, que no debe reabrir heridas ni alimentar desavenencias, ha implorado perdón por «actuaciones concretas de la Iglesia en la Guerra Civil». Lástima que no concrete cuáles han sido esas concretas actuaciones. Ser más explícitos es algo que a los monseñores no sólo se lo prohíbe su cargo, sino su horóscopo. ¿Piden perdón porque el Vaticano le concedió su más alta condecoración -la Orden de Cristo- al triunfador de la guerra? ¿Por llevarlo bajo un toldo recamado cuando entraba en las iglesias? Yo tenía ocho años entonces y ahora tengo ochenta, menos un cuarto de hora. No me da lo mismo ocho que ochenta. Espero ser incluido en el perdón que suplican si pienso que algunos de ellos tienen más cara que espalda. Y lo que es peor, más cara que Cruz.