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Desencanto

Aunque es cierto que seguimos perdiendo puntos y que, por lo tanto, el barco se nos hunde progresivamente, deberíamos evitar, al menos, la amarga y negativa sensación de la derrota. Perder no es lo mismo que ser derrotado. El que administra inteligentemente las pérdidas aprende, y, a la larga, gana; las derrotas, por el contrario, debilitan y generan mortales desfallecimientos.

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Somos conscientes de que las condiciones actuales del Cádiz son delicadas y de que la situación del equipo es grave, pero si caemos en el desánimo y en el desaliento, los problemas empeorarían aún más.

En mi opinión, sin embargo, también nos acecha otro peligro más alarmante: el de la cándida ilusión de que el barco reflotará por sí solo, aunque no cerremos las grietas ni reparemos la máquina. ¿Cree usted que, como declararon algunos futbolistas, ese empate con Las Palmas ha abierto las puertas de las esperanzas? Me sigue sorprendiendo la ingenuidad con la que los técnicos repiten que, «si ganamos tres partidos seguidos, cambiará el rumbo del equipo».

Podrían tener razón sólo en el caso de que se refirieran a los tres partidos próximos, y si, a pesar de las inevitables lesiones, de los arbitrajes desastrosos o de las desdichadas malas suertes, el equipo sigue ganando. De nada nos servirían si, por ejemplo, esos tres triunfos consecutivos son los últimos del calendario, cuando ya el equipo esté virtualmente en la Segunda B. Déjense, por favor, de respuestas tópicas y vacías: empiecen cuanto antes a revisar cada una de las piezas y pongan a punto el motor porque esta afición tan festiva, tan sufrida y tan generosa, también tiene unos límites de aguante. A pesar de que, hasta ahora, ha resultado fácil encantar a los cadistas, un nuevo fracaso sería doloroso y quien sabe si mortal. El partido del próximo domingo sí es una final, al menos para evitar otro deplorable desencanto.