CALLE PORVERA

Mirar hacia otro lado

A veces voy en el autobús completamente absorta en mis cosas, con el reproductor de mp3 sonando mucho más alto de lo que recomendaría un otorrino y con un libro entre las manos, aunque haga el viaje de pie y tenga que tratar al mismo tiempo de guardar el equilibrio. En estos casos, aunque cayera justo a mi lado una bomba nuclear, cabría la posibilidad de que yo siguiera pasando página como si tal cosa.

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Cuando estoy leyendo, viendo una película o escuchando música mis sentidos se desconectan y no respondo a estímulos. Si alguna vez me encuentran en ese trance, no se enfaden si no les hago caso. No es una cuestión de descortesía, sino de que creo a mi alrededor una burbuja contra la que rebota cualquier intento de llamar mi atención.

Y a pesar de todo creo que sería muy difícil que pudiera pasarme inadvertida una escena como la que se vivió en el vagón de tren en Barcelona, ésa en la que un chulito como tantos que se ven por las calles últimamente se lo pasa de vicio incordiando, atacando, abusando y asustando a una niña ecuatoriana que sentada en su esquinita del sillón no le había dirigido ni una mirada.

Lo más grave no es que el susodicho -al que han dejado en libertad- le dirigiera comentarios racistas, que sus agresiones fueran cada vez más contundentes o que en ningún momento dejara de hablar por el móvil, seguramente narrándole a otro descerebrado como él su hazaña. Lo peor es que a dos metros hay otro viajero que pese a advertir la violencia de lo ocurrido se limita a mirar de reojo y no mueve un dedo, ni siquiera cuando el animal deja el vagón y la cría se levanta asustada.