CRÍTICA DE TV

Telealonso

Telecinco hizo historia el domingo por la tarde con la emisión del Gran Premio de Brasil de Fórmula 1. Hizo historia por la cifra de audiencia: 8,4 millones de espectadores, una cuota de pantalla del 57%, es decir que más de la mitad de los telespectadores estaban haciendo brrum, brrum. La cifra es aproximadamente la misma que obtuvo esta misma prueba el año pasado (8,6 millones, pero con una cuota inferior, del 56%). No creo que la expresión «hacer historia» sea exagerada, sobre todo por esa persistencia del récord en dos años consecutivos; si tenemos en cuenta que las emisiones más vistas de 2007 y 2006 han sido sistemáticamente los grandes partidos de fútbol, el éxito del tándem Telecinco-Alonso significa que una disciplina hasta ahora minoritaria se ha convertido ya en patria de multitudes. Habrá que saber si el fenómeno se prolonga más allá de Fernando Alonso.

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Yo vi esa carrera de Brasil, por supuesto; como usted, probablemente. La vi sin tener ni la menor idea de lo que allí se cocía, porque esto de los motores rugientes siempre me ha resultado un espectáculo monótono. Aún así, hay que reconocer el enorme impacto visual de escenas como esa en la que un piloto japonés atropellaba a sus mecánicos o esas otras, más comunes, de las salidas de pista. Y toda la monotonía que al espectador no aficionado pueden inspirarle esas vueltas reiterativas las compensaban los comentaristas de Telecinco con una narración tensa e intensa. Sólo una pega: algo que resultaba verdaderamente desagradable en la retransmisión de la otra tarde era la saña con que los locutores metían la cuchilla -oxidada e impregnada en curare- dentro de las costillas de MacLaren, que no es un whisky ni un gaitero, sino una escudería. Resultaba desagradable por la bilis de los comentarios, pero, además, resultaba un poco desorientador para el espectador común, es decir, el que estuviera siguiendo la prueba sólo por ver si ganaba Alonso, y no por una afición desmedida a ese deporte. Es mi caso, pero estoy seguro de que era también el de por lo menos la mitad de esos ocho millones y pico que estaban viendo el Gran Premio de Brasil.