MEJORAS. Estado actual de la calle Valencia, en donde predominan las aceras para los peatones.
CÁDIZ

La metamorfosis del Cerro del Moro

Los vecinos más antiguos consideran que la urbanización de la calle Valencia, de donde se han eliminado las últimas vías del tren, «ha mejorado notablemente el barrio rompiendo con el pasado»

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Mucho ha cambiado el Cerro del Moro desde que dejó de pasar el tren con destino a los depósitos de tabacalera en la barriada de Loreto, como bien recuerdan sus vecinos. «Todo esto eran huertas y montones de arena arcillosa cuando yo era chiquilla y allí estaba el taller de Juan», comenta con la mirada perdida María, una anciana que lleva viviendo en el barrio desde hace 46 años.

Aquellos eran tiempos en los que el barrio del «Cerro del Moro tenía mala imagen por culpa de la droga», recuerda Jesús Manuel Castro López. «El tren pasaba por la puerta de la casa y cuando iba al colegio era un peligro porque había que cruzar las vías del tren. También era habitual ver a los toxicómanos pinchándose en la misma puerta de los portales. Un ambiente nada bueno para los niños. Por eso creo que estas obras han mejorado notablemente el barrio y significan un punto y aparte con el pasado vivido», detalla este joven.

Jesús Andrada celebra el cambio que ha sufrido la zona y en especial, la calle Valencia. «Me parece perfecto que la calle haya sido asfaltada porque con las lluvias todo esto era un barrizal y un cagadero de perros. Esta zona necesitaba ser adecentada», dice mientras pasea a su hija en el cochecito.

El vicepresidente de la asociación de vecinos Cerro del Moro, Antonio Ferreira, matiza que la urbanización de la calle Valencia es «una reivindicación vecinal que ha costado muchos años de lucha para hacerla realidad, pues desde la asociación hemos estado siempre tratando el tema con la alcaldesa, Teófila Martínez».

Por su parte, María del Carmen Otero no oculta su alegría porque «ahora no hay polvo al abrir las ventanas. Mi casa está orientada para este lado y antes de asfaltar la calle teníamos que estar siempre con la balleta limpiando», dice, al tiempo que su vecina, Isabel González, confiesa que otro de los problemas era la proliferación de insectos. «Había bichos y cucarachas por todos lados. Ahora da gusto caminar por estas aceras porque uno no se mancha los zapatos de barro ni tropieza con piedras», dice esta anciana.

jmvillasante@lavozdigital.es