Por qué es importante comer con los cinco sentidos

La alimentación consciente o mindful eating propone usar el olfato, la vista, incluso el oído y el tacto a la hora de comer para que el cuerpo aprenda a demandar el alimento que realmente necesita

Ensalada con múltiples colores y texturas.
Niklas Gustafson

Niklas Gustafson

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La mayoría de nosotros ha hecho dieta en algún momento de su vida, ¡algunos constantemente! Las hay para todos los gustos: hipocalóricas, hiperproteicas, keto, detox, alcalina, … Pongamos las cosas claras: la mayoría de estas dietas milagro no funcionan, o al menos no lo hacen para todos todo el tiempo. Y aunque consigamos esos deseados efectos adelgazantes en unas pocas semanas, casi siempre se acaba produciendo el temido efecto rebote o incluso, si las alargamos en el tiempo, problemas de salud por la falta o por el exceso de determinados componentes, proteínas o vitaminas.

Ya hemos comentado muchas veces que, además de evitar ciertos productos como los ultraprocesados , lo mejor y más sano desde el punto de vista nutricional es una dieta variada y compuesta de productos naturales: vegetales, carne, pescado, huevos, semillas... Pero vamos un poco más allá: cambiemos esa mentalidad de controlar lo que comemos por otra más abierta e intuitiva. Cambiemos a la alimentación consciente o mindful eating.

No se trata de hacer en cada momento lo que nos apetezca o, al menos, no de un modo lúdico o infantil en el que nos rindamos a los caprichos (que, por otro lado, suelen estar inducidos por el márketing y la publicidad), sino más bien de cambiar nuestro estilo de vida cambiando nuestra alimentación y viceversa.

«Ser consciente no es lo mismo que caer en tentaciones»

El primer paso sería educar a nuestro cuerpo para que sepa qué es lo que nos sienta bien y qué lo que necesitamos en cada momento. Por ejemplo, nuestros antepasados ya sabían que debían comer más proteínas en invierno, para mantener el calor y la energía en épocas de escasez, y más fruta y verdura en verano para estar hidratados. Y para ello debemos escucharnos y hacer que nuestro cuerpo trabaje para nosotros, y no al revés.

No es fácil al principio. Aquí os dejamos algunos consejos que os pueden ayudar a ponerlo en práctica:

No busques un cambio radical, lo mejor es empezar por una o dos comidas a la semana y luego ir ampliando.

Sentémonos a la mesa solo a comer, sin televisión ni otros estímulos externos . Dediquemos ese tiempo a paladear y saborear, a identificar los distintos alimentos, a disfrutar de las sensaciones que nos provocan.

1. Utilicemos todos nuestros sentidos a la hora de comer: el olfato, la vista, incluso el oído y el tacto (nuestro paladar es muy capaz de identificar diferentes texturas y dedicar el tiempo que cada una merece a deglutirlas).

2. Atendamos a las señales de nuestro cuerpo. Comamos cuando tengamos hambre (no porque es ‘la hora de comer’), y paremos cuando estemos llenos. No hay que rebañar el plato por costumbre, ni tampoco hay por qué tomar primero, segundo y postre a diario.

Pero además, hay otros signos que debemos aprender a identificar, como un vegetal que nos da gases, o un tipo de carne que no digerimos bien, o un dulce que nos impulsa a comer otro trozo que realmente no necesitamos. Estos pueden parecer casos un poco obvios y muy detectables, pero hay muchos más signos que debemos atender, como percibir si nuestro nivel de energía se mantiene varias horas después de haber comido o por el contrario cae en picado apenas una hora después; o darnos cuenta de que, a medio plazo, nuestra piel, uñas o cabello lucen más fuertes o mejora nuestra regularidad en el baño.

3. Agradece los alimentos, no en el sentido religioso o místico, sino como herramientas que ayudan a nuestro cuerpo a sentirse bien y a estar sano.

4. Del mismo modo, hemos de aprender a no sentirnos culpables por lo que comemos, porque si practicamos la alimentación consciente serán cosas que nuestro cuerpo puede estar necesitando en un momento dado.

Practicando la alimentación consciente no tendremos que contar calorías ni elaborar complicados menús porque seguramente no necesitaremos productos cargados de azúcares que nos entran por los ojos o por la publicidad, como helados o galletas ultraprocesados. Y poco a poco veremos cómo nuestro cuerpo comenzará a autorregular su peso porque demandará el alimento que realmente necesite, y no, sencillamente, el que tenga más a mano o nos pongan por delante.

Recordemos que la responsabilidad de la buena alimentación es siempre nuestra, no permitamos a otros decidir qué debemos o no debemos comer.

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