LUTO EN LAS LETRAS

La última entrevista a Pablo García Baena: «Nunca me he creído escritor»

El autor cordobés repasó su larga trayectoria en una conversación con ABC el pasado octubre

García Baena, en su residencia el pasado octubre Valerio Merino

LUIS MIRANDA

El pasado mes de octubre, ABC entrevistó a Pablo García B aena. Fue la última de muchas conversaciones sotenidas por el poeta más relevante del Grupo Cántico que ha fallecido. Por su interés informativo, reproducimos aquí el contenido íntegro de la entrevista que realizó el responsable de información cultural del periódico, Luis Miranda.

En la conversación pausada la sabiduría se le va cayendo a Pablo García Baena (Córdoba, 1921). Pocos miran con ojos más altos la poesía, el arte y la historia de su ciudad, y no pasó por ninguna Universidad. Los centros de enseñanza superior le han abierto las puertas ahora: este año le hicieron «honoris causa« en la Universidad de Salamanca y hoy en la de Córdoba. "Pasé por todos los colegios y por la Escuela de Artes y Oficios, aunque mi colegio de toda la vida fue el Hermanos López Diéguez. No digo que aprendo las primeras letras, porque las aprendí en mi casa. Mi hermano Antonio, que era aparejador, me hizo unos cartoncitos con letras con los que jugaba y ponía palabras".

—¿Y el resto?

—Bueno, me he pasado la vida en las bibliotecas, en la biblioteca de Córdoba y luego en muchas de toda España.

—Cuando estuvo un tiempo sin escribir, ¿imaginó que iba a llegar una obra tan larga y reconocida luego?

—No he tenido muchos lapsus de esos, esa especie de páginas en blanco. Lo que pasa es que, cuando me voy a Málaga, como me encargo de una tienda de antigüedades, El Baúl, me encargo de otros menesteres, y es cuando hay un espacio más largo. No llegué a los diez años. Verdaderamente, no he sentido nunca la vocación de escritor y casi siempre he hecho las cosas obligado, porque tenía que entregar para un homenaje o para el libro comprometido, y siempre ha sido un poco deprisa y corriendo. Parece que no ha salido tan mal, después de todo, pero nunca me he creído escritor ni me he puesto como en una oficina a escribir diariamente. La prueba es que la mayoría de los escritores lo hacen, tienen sus horas diarias. Yo no.

—¿La poesía a lo mejor no necesita tanto trabajo como la narrativa?

—No, no, la poesía necesita más trabajo que la novela. La novela tiene más letras y páginas, eso sí. Una novela puede estar escrita en un lenguaje literario totalmente poético, como es el caso de Gabriel Miró. Ese cuido necesita un trabajo y sobre todo seleccionar palabras, pero el lenguaje es tan rico que para la misma cosa hay multitud de vocablos distintos. En cambio, el novelista parece que es más fluido todo lo que dice. Tampoco tiene que estar preocupado por la palabra. Quizás por el estilo, pero no por la palabra, puede usarlas todas. El poeta escoge.

—¿Pide mucho trabajo la poesía, aunque venga cuando ella quiere?

—Indudablemente. Hasta que doy un libro lo miro cien veces. Cuando creo que ya está lo dejo, y luego lo vuelvo a leer. Hago siempre alguna enmienda, alguna palabra la cambio por otra. Aparte de esa palabra que de verdad te sopla la musa al oído, que tiene que ser breve, porque la musa se cansa enseguida, y le deja el trabajo al poeta. Tienes que estar atento a lo que oyes, pero por lo demás tiene un trabajo grande. Sobre todo poetas como yo, que se preocupan del lenguaje, que procuran dar la palabra más acertada. El lenguaje es muy rico, hay muchas palabras para decir la misma cosa. Y en ese escoger la palabra quizás está toda la riqueza del lenguaje y el acierto que el poeta tenga al elegir la palabra adecuada.

—En su caso, a veces desconocidas.

—Me gusta un poco jugar con eso, traer palabras antiguas. Para eso mi queridísimo don Luis de Góngora es especial. Un día estaba haciendo un poema sobre un árbol y me acordé de un verso de Góngora, un soneto al sepulcro de El Greco, que dice "corteza funeral de árbol sabeo". Enseguida lo uní a la Reina de Saba, y en realidad viene de ahí. Es un país que había entre el Yemen y Abisinia. La he usado al final, dije "esta palabra hay que ponerla al día". No vamos a olvidar los árboles sabeos. La he sacado del cofre en que la tenía guardada don Luis. Porque no la he visto en ningún otro autor. Se habla de Saba, pero no sabeo. Qué maravilla de sonidos.

—Porque una de las bellezas de la poesía es leerla en voz alta.

—Claro, yo la leo, cuando creo que un verso se ha quedado bien, redondo, el sonido es importantísimo en la poesía. Los que no se preocupan de eso son otra clase de poetas. No digo que sean mejores ni peores, pero yo soy un poeta cuidadoso del sonido de las palabras. Dámaso Alonso decía que una de las palabras más bellas del idioma era cenefa, porque había una unión de vocales y de consonantes distintas, y formaban un adorno del sonido muy agradable. Nos lo dijo un día de los que vino a ver a los poetas de Cántico.

—Da la impresión de que el ritmo y el sonido les salen naturales.

—Bueno, claro, sale natural, porque no voy como los funcionarios buscando palabras. Qué duda cabe de que hay que buscar la palabra más afín y que dé idea más exacta de lo que quieres decir. No sólo porque la palabra suene mejor, que también, sino sencillamente que al lector le dé la idea más clara de lo que quieres decir. Esa idea más clara al principio se le resiste, porque a lo mejor una palabra es desusada y tiene que buscarla en un diccionario. Y luego le da la razón al poeta. El culto a la palabra es importante en un poeta. Un poeta tiene que estar pendiente del idioma continuamente. Todo lo que dice debe estar con los pasos contados y medidos.

—Decía Joaquín Roses que usted es el mejor discípulo de Góngora. Ya le ha nombrado varias veces.

—Roses, como es un buen amigo, me da el título que me gustaría más tener. Mejor amigo o discípulo de Góngora. Creo que Góngora es el gran poeta, aparte de San Juan de Cruz, que ya son otros caminos, ya es la altura y el cielo. No es un poeta, es un santo y no se puede contar entre los mortales. Pero inmediatamente después, pisándole los pies descalzos, va don Luis.

—Sin embargo le tenemos por un poeta oscuro y difícil.

—Ahí está uno de sus méritos, el haber hecho de la lengua algo que no entiende nadie (ríe). Pero estuvo ahí Dámaso Alonso muy acertado y nos tradujo las "Soledades" y lo hizo muy bien. Góngora es el sonido, la palabra es música, y da igual que se entienda o no se entienda. Hay que procurar que el sonido sea agradable, y Góngora está lleno de esos versos que a lo mejor no sabes lo que quiere decir, pero que suenan maravillosamente.

—Y además tendrá una larga lista de poetas a los que admira.

—Primero a San Juan de la Cruz, luego Góngora, y me gusta mucho Lope de Vega. Me enloquece como poeta claro, que también los hay. El soneto "Qué tengo yo que mi amistad procuras" es escalofriante, siempre. Y además es una lección magistral sobre con las palabras más claras, más llanas del idioma, dar el sentido más alto y más religioso, a ese momento de la duda y del pecador. Y cómo sabe que está Cristo llamándolo a la puerta. Es algo increíblemente hermoso. Por eso tampoco tenemos que encerrarnos en el juego de las palabras y en hacer una filigrana de palabrería. Eso no. Las palabras tiene su sentido todas y deben decir algo. Leí mucho la poesía de Shakespeare en mi juventud. Y no lo digo nunca, pero con Mallarmé son los poetas traducidos que me han influido.

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