Rafael González - La cera que arde

Todos a la cárcel

El jurista ciudadano se ha extendido por las calles y está dispuesto a explicarle la doctrina más actualizada

Rafael González
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DE acuerdo que no todo el que creíamos que debía ir al trullo acaba en él. Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un figura sufra el primer grado. Bueno, depende del camello, pero no me voy a extender en esto. El caso es que llevamos una semana mirando a los juzgados esperando grilletes y trajes a rayas y nos encontramos sonrisas, suspiros y gente feliz. Y es entonces cuando el número de fiscales, abogados, jueces y procuradores crece exponencialmente al número de cuñados. Quiero decir que usted se da un paseo por Capitulares y donde antes había un jubilado asomado a una valla ahora hay un fiscal general de urbanismo. Por ejemplo.

Está trazando no sólo un plan alternativo de tráfico sino dos recursos contra el material empleado en el pavimento.

Si antes teníamos un receptor de pijotas en una de los muchos talleres de platería ubicados en Cañero, ahora en el bar de al lado ese mismo señor es juez de primera instancia en contratas y fraude fiscal. Sabe un taco de todo eso, como antes sabía comer pijotas de la mano que le daba de comer pijotas. La vida es así de curiosa y no seré yo quien no se indigne con ver suelta por la calle a alguna gente que debería estar picando piedra. Lo de picar piedra es figurado porque como ya sabemos eso se ha sustituido por la declaración trimestral del IVA. El caso es que, en general, todos tenemos un elevado sentido de la Justicia porque todos, por lo visto, tenemos las manos limpias, la conciencia tranquila y una parcela. A veces la parcela no es del todo legal o casi nada, pero a esa ilegalidad se le responde montando jaranas en los plenos municipales o cortando el centro al tráfico rodado, que es lo que le falta al centro para un perejil.

En ese momento, como en tantos otros, los jueces que llevamos dentro del español que habitamos se transforman en fiscales contra la administración incompetente. O contra el jurado de los carnavales de Cádiz. Sobre los de Córdoba no me pronuncio porque casi acabo con mis huesos en la trena hace unos años cuando escribí sobre las máscaras cordobitas. Y si yo entro en el talego será por solidaridad con los que lo deben hacer y se van a esquiar sin fianza, y por calmar al pueblo sediento de justicia. No me importaría inmolarme porque además me dan una paga y tengo televisión. Si eso sirve para tranquilizar a las masas, yo me brindo. Porque se está convirtiendo en algo insoportable escuchar tanto juicio exprés en la cola de la pescadería o en el café de la mañana.

De tanto jurista ciudadano como anda suelto por Córdoba votando a partidos que permiten que después, con nuestro dinero, nos chuleen infraestructuras o fomenten las puertas giratorias de los despachos enmoquetados. O estuvieron comiendo calladamente de la mano del entrullable.

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